Entré por última vez a la Sala 2 un miércoles por la tarde. Viví la caminata por Constituyente y Lorenzo Carnelli como peregrinación. Sabía que era mi visita final al lugar y estaba acompañada de esa triste alegría del que dice adiós.
La cita era con “Las reglas del juego” una comedia francesa satírica de esas que siguen vigentes, en la cual un solo personaje entendía cómo funcionan las reglas sociales del juego del capitalismo. Habían elegido cerrar la Sala con un ciclo de las mejores 50 películas según la publicación Sight & Sound.
Las primeras diez fueron reservadas para la semana final de proyecciones y la que más me invitó a verla fue la comedia que estaba en tercer lugar, así que con una amiga decidimos ir a verla después de conversar sobre el cierre de la Sala 2. Lo que más captó mi atención y caló hondo en mí no fue la película, si bien es cierto que es una gran obra, sino que solo éramos cinco personas: mi amiga, yo y tres desconocidos que nos doblaban en edad pero que nos unía algo más fuerte que eso. Sé que lo habitual era una asistencia reducida de público, pero en la semana final esperaba algo más.
Sentí que había asistido a una despedida por la puerta chica, una despedida que no rendía homenaje a la Sala 2. Esa sala que me había permitido ver a Totoro en la pantalla grande acompañado entre otras personas de la misma amiga que fue conmigo esta vez. Un lugar que me había permitido llegar a epifanías o a emocionarme con desconocidos en incontables ocasiones. Desconocidos que eran movidos por la misma fuerza que nos había llevado a estar ahí ese miércoles.
También me aburrí alguna vez, no voy a mentir.
Era mi adiós a ese espacio físico. Yo sabía que iba a volver a Cinemateca sea cual sea su metamorfosis. Para mí despedirme ese día fue suficiente, para mi amiga no. Quiso ir a por más y volver el último día de apertura, el viernes de esa semana a ver 2001 de Kubrick.
Por lo que hablamos después, se sorprendió de lo vigente de la película. No la sorprendió la sala, cuya última proyección fue para menos de diez personas. De alguna manera, yo no quise volver a ir esa semana porque me esperaba algo así.
Meses después se inauguró la nueva sede en el complejo CAF. Moderna y hermosa, con un café y una librería, salas con tecnología de punta, proyectores HD y asientos más grandes y cómodos. Con una capacidad para más de 150 personas.
Una de las obras elegidas para exhibir fue 2001: odisea del espacio, la misma que había tenido una acotada acogida en el adiós de Sala 2.
Me llamó la atención que las entradas para verla se agotaron de forma anticipada en la web. La sala estaba abarrotada. Estaba claro que la película seguía vigente y que el asunto era la sede.
No tengo una explicación como para elaborar una tesis. Pero si la película era la misma está claro que la diferencia está en el escenario.
Si tuviera que aventurar, la Cinemateca vieja y nueva no son el mismo lugar. Físicamente está claro, pero si lo pienso como las personas que lo conforman, tampoco. ¿De dónde habían salido esas 150 personas para ver la misma película en apenas un par de meses? ¿De dónde había salido toda esa gente de entre 20 y 30 con bigotes, pelo teñido de colores y que fuma tabaco? Incluso un amigo mío me comentó que la sala estaba preciosa, un amigo que nunca en su vida había pisado la Sala 2.
Con mi amiga nunca coincidimos en el edificio nuevo. Ambos fuimos a disfrutar proyecciones por separado y también cada vez empezamos a vernos menos. Tal vez los dos sabíamos que nos tocaba vivir la despedida de Sala 2 y quedarnos con ese recuerdo, quedarnos con que esa Sala, por unas breves horas fue nuestro lugar y tiempo en el mundo compartido con tres desconocidos.
Pienso en cómo funciona el mundo, el marketing, las modas y se me hace inevitable recordar “Las reglas del juego”.