Pienso en Cinemateca y me viene recuerdos de un montón de momentos felices. Diferentes etapas, diferentes emociones, diferentes personas. La sensación de deleite y de libertad que produce poder ir al cine todos los días, es única. La historia arranca a fines de los 70, cuando elegí la sala Camacua para estrenar mi reciente mayoría de edad con Naranja Mecánica. Todavía me acuerdo del leve aroma a cloro de piscina que se sentía por los corredores y la corrida para alcanzar el ultimo bus que salía casi enfrente de la puerta. También me vienen las imágenes de los cálidos re encuentros con amigos, los sábados de tarde, en Sala 2 con las legendarias charlas de Miguel Lagorio.
Pero quizás el recuerdo más aventurero (también hay de este tipo de memorias con Cinemateca) fue cuando decidí hacer un taller de guion de cine. Era una época en la que estaba entusiasmada con los clips de música de los años 80 y se me había ocurrido que podría dedicarme a producirlos. Fue un taller introductorio y al terminar el profesor nos alentó para hacer un corto y presentarlo en el concurso «Video al aire libre» que justamente estaba organizando Cinemateca. Corría el año 1990. Recuerdo poco del argumento, pero en general, la idea era desarrollar la historia de personajes que eran engañados en una agencia de turismo. Les vendían lugares de ensueño que después resultaban un fraude. En una de las partes, se ofrecía un paseo en velero en agua cristalina cuando después el turista se encontraba en un bote rodeado de basural. Todo fue muy divertido. Para esta toma nos fuimos hasta el arroyo Miguelete, que en aquella época tenía un olor nauseabundo, bajamos hasta la orilla y usamos un bote abandonado simulando que los actores se subían en él. Fue toda una peripecia tratar de hacer equilibrio para no tocar la basura o la propia agua maloliente. Otra de las tomas fue en la plaza del entrevero. Ya ni me acuerdo el motivo, pero tenía que ser desde una cierta altura y a la vez en movimiento. Sin recursos y exprimiendo nuestra creatividad al máximo, conseguimos una carretilla de las de construcción y una escalera de madera. Esta escalera tenia que ir arriba de la carretilla para lograr la altura, mientras una persona la hacía rodar por la plaza y así conseguir el movimiento. Obviamente al mismo momento que todo esto ocurría, varios compañeros tenían que sostener la escalera (con otro del grupo que iba a estar filmando en el último escalón), mientras caminaban a la par de la carretilla. Era un sistema un poco peligroso, pero si la persona que se subía era pequeña, podría funcionar. Dio la casualidad que yo era la más flaquita y bajita y también la que tenía menos experiencia con la cámara, pero no había otra chance. Por fortuna, hay edades en las que uno no tiene miedo, ni vértigo, ni vergüenza de estar en la plaza del Entrevero arriba de una escalera que esta sobre una carretilla que simula un travelling. Ahora pienso que fue hasta raro que no viniera la policía a averiguar qué era lo que estábamos haciendo.
Finalmente se hizo la edición, se vio el producto final y unánimemente se decidió que aquel corto no podía ser exhibido en ningún concurso. Pero alguien con la osadía que se necesita para avanzar en la vida, la presento de todas formas. Todos los cortos se iban a proyectar en la sala Cinemateca Central, donde serian evaluados por el jurado. Obviamente ninguno de nosotros asistió al evento, porque temíamos a una risa generalizada.
Todavía recuerdo la sorpresa y la emoción cuando suena el teléfono de mi casa y me dicen que nuestra obra había sacado una mención. Ninguno de nosotros había estado ahí cuando lo anunciaron. Cuanto lamente no haber asistido y haberle dado más importancia al esfuerzo y a la diversión que a la excelencia en producción. Hoy daría lo que fuera por volverlo a ver. Y por supuesto…no me dedique a hacer clips de música.