Con la complicidad de Ingrid y Humphrey

Mario Gerardo García Arias

El tipo se acercó a Rosana y le dijo una ordinariez que ella ni siquiera llegó a escuchar totalmente. Lo miró con asco. No era que no sintiera miedo, cualquier situación mínimamente violenta le producía miedo, aunque ella fuera una espectadora lejana. Pero era un tipo cualquiera, cincuentón, pelado y gordo que se sonreía estúpidamente de lo que le acababa de decir. Era tan obvio que era un pobre imbécil que no quería nada con ella, que sólo quería agredirla, que sólo quería dominarla y humillarla. Comenzó a caminar rápido, sin contestarle ni una palabra y comprobó que ella, mucho más joven, lo podía dejar atrás con bastante facilidad, que el tipo repugnante la seguía corriendo un poco para tratar de que no se alejara, diciéndole cosas como: ¡qué te creés que sos!, ¡esperá que te estoy hablando! Y también insultos que no vale la pena repetir, dichos impunemente en la calle como si tuviera razón para insultar a Rosana.

Cuando era indiscutible que ella no se había atrasado sino que jamás vendría, Pablo salió de Tres Cruces hacia 18. En realidad, nunca supo muy bien cómo llegó hasta la avenida. Indudablemente se había cruzado con mucha gente, había pasado con el cuidado necesario por entre las calles y se paró junto a un pequeño mini auto servicio. Comenzó a recuperar sus sentidos y volvió a sentir que estaba pisando suelo firme cuando pidió una cajilla de diez cigarros de la marca que prefería hacía ya muchos años cuando todavía fumaba. Prendió el primero con su también nuevo encendedor y se dispuso a caminar hasta la esquina de Arenal Grande, donde podría sentarse todo lo que quisiera a tratar de pensar. Finalmente llegó y luego de estar mucho rato inmóvil, releyó los sms que ella le había mandado. Quiso llamarla pero volvió a no contestar. Ya no contestaría. No quería hablar con nadie allí, se levantó y volvió a caminar rumbo al centro. No quería pasar horas encerrado en su cuarto. Siguió caminando, solo eso.

-Disculpame, ¿conocés la calle Carnelli?

-¿La de la OSE? Sí.

Pablo miró a Rosana, que acababa de hablarle. Era una mujer joven, unos pocos años menor que él. Tenía un cabello de un color parecido a un rubio oscuro, era casi como un pelirrojo oscuro, que contrastaba con su piel tan exageradamente blanca. A Pablo no le gustaban en general las mujeres con ese color de piel pero ella le cayó simpática. Atrás de ella había un veterano que se quedó mirándolo a él, como si quisiera decirle algo. Pablo no terminaba de entender si era una idea suya o ese viejo tenía algo que ver, la volvió a mirar a ella confundido pero Rosana le daba la espalda al tipo.

-Es para allá abajo, ¿no?

-Yo justo voy para allí. No quiero molestarte pero si querés, te acompaño hasta allá.

Ella sonrió por primera vez y asintió con la cabeza, confirmándole a él que el hombre de atrás la estaba molestando. Cruzaron hacia la vereda de enfrente de 18 de Julio y a los pocos pasos Pablo se dio vuelta para mirar furioso al tipo que se había movido un poco en dirección a ellos, pero que se quedó quieto. Igual, cuando fueron bajando por Minas hasta Guayabos, él volvió a mirar para comprobar que no los estuviera siguiendo. No lo hizo. Pablo estaba tan enojado con la vida que se hubiera agarrado a las piñas con mucho gusto con ese tipo desagradable y hasta se había olvidado que estaba caminando con una desconocida y no tenía timidez.

Rosana vio a Pablo que iba por 18, cruzó la calle Minas y parecía dirigirse en dirección a 18 y Ejido. Miró su cara, evidentemente no estaba tranquilo, no estaba en un día normal y rutinario saliendo del trabajo o algo así, pero sin embargo le pareció la cara de un hombre bueno. Estaba bastante arreglado, con un peinado hacia atrás que le quedaba bien y el cigarro hacia abajo, algo que ella había visto pocas veces. Quizás, en un momento tranquilo, si de verdad necesitaba preguntar sobre una dirección, no le hubiera dicho nada a él, pero en ese momento tenía que zafar del viejo ordinario que la estaba siguiendo.

Cuando le contestó, a ella le pareció notar un toque de tristeza en sus cejas. Vio al veterano que la seguía y por un momento Rosana pensó que le iba a preguntar si era su pareja o algo así y podía ser peor el remedio que la enfermedad pero le pareció que él entendió enseguida lo que pasaba y por eso dijo eso de que él también iba para la calle Carnelli. Normalmente, esa coincidencia le hubiera dado que pensar que este tipo también se la estaba cargando, aunque de una forma más delicada que el estúpido que se quedaba atrás pero algo en esa voz gruesa y en esa mirada le hizo confiar en él.

-Gracias por ayudarme. En realidad, yo estaba yendo a Cinemateca y sé bien cómo ir pero apareció ese degenerado que me dijo un montón de ordinarieces y me estaba siguiendo.

-Bueno, al principio estaba un poco confundido. Después entendí más o menos cómo venía la cosa. Pero no es nada.

-No, cómo que no es nada. Te agradezco mucho. Me llamo Rosana.

-Yo soy Pablo. ¿Ibas a ver algo a Cinemateca? Yo soy socio, también.

-Sí, “El gatopardo”. De Visconti. ¿La viste?         

-No, nunca. Podría ir a verla. ¿Te molesta si vamos juntos?

-Por supuesto que no, Pablo. Fuiste muy amable conmigo. Realmente estaba muy nerviosa. Pero mirá que es una película larga.

-Mejor para mí. Necesito distraerme de una mala noticia.

-Bueno –dijo simplemente Rosana. Pero supo enseguida que no tenía que preguntar.

Al llegar al edificio y comenzar a subir los escalones para entrar en la recepción, un muchacho salió puteando de manera ostentosa, casi exhibicionista hasta que se subió con su novia a su moto y se fue. Pablo fue quien se dio cuenta que en uno de los dos papeles pegados en la puerta de vidrio que daba a la entrada, había un tachón y una escritura con lapicera.

-No dan “El gatopardo” por “problemas con el distribuidor”. En su lugar, va “La bamba”, dirigida por Luis Valdez, con Lou Diamond Philips.

-¿Qué hacemos? –preguntó Rosana.

-¿Nos fumamos esa?

-Mirá, abajo, en Sala Dos, pasan “Casablanca”.

-Me encanta –contestó Pablo.

-¿La viste? Yo nunca.

-Bueno, vamos.

Bajaron y se sentaron juntos en la salita, que estaba por la mitad de concurrencia. Comenzó la película y ambos sonrieron. No estuvieron pendientes de dónde ponían los brazos, ni si se acercaban mucho o poco. Sonrieron cuando el mozo ve al punguista y se revisa los bolsillos y Rosana creyó ver que los ojos de Pablo se humedecían cuando Rick reencuentra a Ilsa casada. Se miraron fijamente durante un buen rato sobre el final mientras ellos dos hablan y deciden separarse para siempre. Rosana no pudo evitar lagrimear y se rieron mucho por eso.

Cuando terminó la película y salieron a la calle, caminaron unos pocos pasos y Pablo se detuvo. Rosana se quedó esperando que lo dijera.

-¿Te parece bien si comemos algo y vamos a conversar un poco más?

-Sí. ¿Dónde vamos?

FIN