PARA COMENZAR: AÑO 2003 –
La memoria, muchas veces despiadada y otras piadosa, una “tecnología del yo” útil para resignificar actitudes y comportamientos pasados, no siempre registra hechos o palabras con alta fidelidad, y el anecdotario puede pecar por omisiones involuntarias, errores de tiempo y espacio, y por recuerdos demasiado potentes como para el olvido rápido. Así como hubo un grupo calificado e involucrado, tuvieron lugar otros eventos totalmente fuera de previsiones o que podrían provenir, de no ser por la presencia de testigos, de una imaginación literaria.
La atmósfera social arrastraba broncas e incertidumbres y venía cargada de debates sobre los problemas de coyuntura y también sobre cuáles posibilidades de salida podía sostener el Uruguay a raíz del hundimiento de la economía y especialmente la pérdida sistemática de fuentes de trabajo. Volvió la emigración a ser un tema “vox populi”, emblemático y cotidiano, un desasosiego esencial que reiteraba que el país no tenía remedio y lo mejor era buscar soluciones en otra parte.
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“…Heredarás el viento benefactor y una bandera, sin un refugio, como una brasa ardiente que quemará tus días, acelerará tus noches…”
EL “STAFF”, FUNCIONES, Y UBICACIÓN GEOGRAFICA-
La bienvenida fue cálida y fraterna. Ubicada en pleno barrio de Pocitos, calle Chucarro entre José Martí y Avenida Brasil, la Cinemateca ocupaba un viejo edificio cedido por su dueño a perpetuidad y con contrato de alquiler de cuyo precio nunca supe el detalle (1), pero era apreciable el avanzado deterioro que soportaba y que posteriormente pude aquilatar por las goteras en la sala durante los días lluviosos y que, en ocasiones, obligaba a suspender la proyección del programa previamente anunciado. En una puerta ubicada a la derecha de la entrada se encontraba la Escuela de Cine que consistía en una continuación del inmueble principal donde se desarrollaban los cursos teóricos y prácticos. Por la calle Martí podíamos observar una retahíla de comercios dedicados a una variada gastronomía donde en alguna oportunidad recalamos para satisfacer la curiosidad y dar rienda suelta a una merienda o cena frugal.
Sofía, de Socio Espectacular, fungía en Pocitos de recepcionista de los socios afiliados. Por motivos de su viaje a España donde aún hoy reside, pasé a cubrir su puesto habiendo sido enviado por la dirección de SE de forma provisoria. La atención al público abarcaba parte de la tarde hasta el comienzo de la última película, que generalmente era hacia las 22 o 23 horas. Los sábados, con la función de trasnoche, el horario se dilataba hasta las 24 horas aproximadamente. En el amplio vestíbulo central del edificio había una cantina, atendida por Roberto, y una tienda de venta de artículos relacionados con el cine, asistida por Goldman, cuyo nombre de pila no recuerdo. En el hall de entrada, junto a la escalera que llevaba a la sala de proyección, se hallaba una suerte de local independiente con mostrador, donde Heber, Aníbal, y Victoria, alquilaban películas en formato VHS muy de moda en esos tiempos cuando la tecnología audiovisual no había alcanzado los adelantos prodigiosos que hoy tenemos.
Era escaso el personal del “staff” que cumplía las tareas generales de la sala, según recuerdo, incluyendo al sereno don Luis Alberto, y a quien registraba los boletos de entrada, que llamaremos Martín V. para diferenciarlo de otro funcionario del mismo nombre. En distintos tiempos la planilla de empleados la completó Emilio, como auxiliar en boletería, — luego vendrían Santiago y Sofi más adelante, —- y finalmente, Martín A., proyector de los films y habitante solitario de una salita en el último piso del edificio. El alcance tecnológico de los equipos que generaban la imagen consistía en 2 proyectores cinematográficos con lámparas de xenón de 3.000 watts, fabricados en 1939 en Leeds, Inglaterra, con bobina grande, marca KHALI 11, y permitían el pasaje de films de 35 mm en acetato o poliéster, y no eran compatibles con el formato 16 mm, que hoy en día es posible con la tecnología de punta que ofrecen las nuevas salas de Cinemateca en la calle Ciudadela.
Las películas eran exhibidas para un auditorio mayormente veterano, jubilado, y que habitaba el mismo barrio. Excesivamente repetidas cada cierto lapso, ofrecían pocas posibilidades de renovación para la raleada concurrencia que asistía especialmente los días de semana. Los sábados solía ocurrir algo similar, aunque con un mayor eclecticismo, con la particularidad de que en trasnoche la película vedette era, por lo menos una vez al mes, LA NARANJA MECANICA, título de culto especialmente para espectadores jóvenes que hacían presencia los fines de semana. En verano, Cinemateca cobijaba a diario solamente cinco o diez personas en tertulia, dependiendo del título del film.
Los primeros ágapes con los nuevos compañeros prontamente se expandieron a las familias, formando una cofradía de gran afinidad afectiva que daba lugar a charlas, discusiones, y cuentos variopintos, celebrando la atmósfera de amistad que se había establecido. También se hablaba sobre un nuevo “opio” de los pueblos: el fútbol, ya que algún funcionario era fanático del Club Nacional de Fútbol y el protagonista central de un ritual sorprendente cuando el tradicional adversario perdía.
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LOCOMOCION Y ANECDOTARIO –
A partir de mi ingreso a Cinemateca Pocitos comencé a trasladarme ida y vuelta en bicicleta. El viaje era de aproximadamente media hora desde mi barrio La Figurita—Marcelino Sosa esquina G. Gallinal— hasta Chucarro, atravesando el Parque Batlle, tomando Soca hasta avenida Brasil, y desde allí hasta destino. Cinemateca Pocitos contaba con un baño con ducha en el último piso y era sumamente útil en los días cálidos cuando la temperatura superaba los 25 grados, el pedaleo generaba una intensa sudoración, y era esperable un buen “chorro frío de aspersión” previo a entrar en la fajina diaria. La bicicleta también suponía ciertos problemas que no eran previsibles, o sí: en varias ocasiones finalicé mi viaje a casa caminando…unos 5 kilómetros, digamos…
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“…Heredarás la idea como un pasamanos de tu militar eterno, brindarás por ella sin conocer su alcance…”
PERLAS CINEMATEQUISTAS–
La grilla cinematográfica era reiterativa y bastaba ver una decena de títulos como para tener acumulada una cierta cantidad de cultura cinematográfica y estar a la espera de novedades que nunca llegaban. Mucho debatíamos con los compañeros la aparente falta de interés, de parte de la dirección de Cinemateca, acerca de renovar la programación para atraer otro tipo de público. Era notoria la falta de gente joven durante los días de semana, apenas disimulada los sábados puntualmente, y también sabíamos que las otras salas estaban abocadas a una política de exhibición cinematográfica diferente, apostando a estrenos y a no reiterar obsesivamente las mismas cintas. Aún así, Cinemateca Pocitos sobrevivía con un aletargado mensaje de tautología fílmica, provocando una siesta que nunca tuvo un final estimulante. Solamente los festivales anuales eran un recambio saludable para el espectador acostumbrado a la calidad inequívoca de la tradición institucional y a la posibilidad de disfrutar de un catálogo inencontrable en las salas comerciales de estreno o fuera de circuito.
Acontecimientos peculiares, extraños, y fuera de lo relacionado con la función cinematográfica, refieren a una muerte súbita ocurrida en pleno salón central frente al local de alquiler de videos que generaron la lógica conmoción de los funcionarios y de los eventuales espectadores que aguardaban para entrar a sala de proyección. Por los testimonios de los compañeros que vivieron esa coyuntura desesperante, supe que se hicieron las emergencias correspondientes y los hechos quedaron en la agenda de la memoria colectiva como situaciones insólitas que desentonaron con la normal actividad de Cinemateca. En esa circunstancia, acaecida sobre el cierre de la función última, ya había finalizado mi horario de trabajo y me había retirado del lugar.
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LOS INTELECTUALES –
Los tiempos “muertos” eran apreciados para la lectura y en mi caso, también para la escritura. Había compañeras que se llevaban bien con la Literatura y además publicaron algún libro, según pude enterarme. Y se puede decir sin ambages que el trabajo especial que significaba atender una sala de cine permitía esas licencias, que, de otro modo, y en otras circunstancias, hubiera sido imposible. Los debates, entre nosotros, pero también con los socios habituales que visitaban frecuentemente la cantina a la espera de ver un programa, eran bastante comunes y divertidos. Eran pocos, pero asiduos, y era costumbre que al entrar llegaran a nuestro puesto de atención para saludarnos y hacer alguna broma para demostrar empatía. Muchas veces comentaban sobre tal película y comenzaba un debate de gran interés, donde se mezclaba la cultura y la política, comentarios sobre directores famosos, el arte inmortal y la vida breve, ante el espectáculo milenario de tanto talento acumulado y de cientos de artistas que habían otorgado su genio personal para lograr obras de maravilla. ________________________________________________________________________________
LA CANTINA –
Era el foro democrático, el paladar negro, y la figura de Roberto al mando ante un angosto mostrador que exhibía exquisiteces caseras como tortas saladas y dulces, faina de queso y jamón, pizza, y otras menudencias a la carta bajo las recetas y las sabias manos del timonel del barco. Unas pocas mesas y asientos cómodos completaban el escenario. En los crudos días de invierno llegaba a la cantina un espectacular chocolate que combinaba exactamente con la selecta gastronomía mencionada y que representaba un gasto mínimo en comparación con cualquier otro comercio del ramo. Roberto además fue el factótum y anfitrión de numerosas reuniones en su vivienda particular, donde el grupo de Cinemateca Pocitos y amigos degustaban un completo menú a la parrilla que era preparado y cocinado en el parrillero comunal de la cooperativa de viviendas en que habitaba junto a su esposa Marta, hoy fallecida. Por la legendaria cantina pasaba, como lo recordamos en párrafo anterior, una fauna autóctona con grifa Pocitos que conformaban socios frecuentes de la sala y por supuesto, nosotros, sibaritas de maravillas culinarias caseras. Era la justa coartada para iniciar coloquios, cambio de opiniones, y como no podía ser de otra forma, bromas de cualquier especie. ________________________________________________________________________________
“…Firmarás a ultranza tu cheque de nobleza arcaica y la traerás a tierra como una deuda impaga, incongruente, como tus cabos sueltos y desarticulados, …”
FINAL DE HISTORIA : AÑO 2006 –
Este relato ofrece el testimonio, uno más, de una época y de una circunstancia. La memoria tiene baches y agujeros negros, retiene y expulsa. Acudiendo a Nietzsche, puedo manifestar que los hechos vividos son también interpretaciones, o tal vez sean solamente eso, una hermenéutica personal acerca de un período de mi propia historia: una experiencia como “delegado” de una institución frente a una oportunidad enriquecedora. Mis disculpas, nuevamente, frente a olvidos o confusiones respecto a personas que recalaron en la institución durante ese período y que no quedarán registradas en esta crónica. Finalmente, un recuerdo entrañable para algunos ex compañeros como Jacqueline, Luis Alberto, y Marta, que ya no están entre nosotros. A la Cinemateca, por el recibimiento y por la calidad humana de sus trabajadores, un abrazo eterno, y, además, larga vida.
(1)- Estos datos los conocí por información brindada por los compañeros de entonces.