Selección

Bendita sincronía

Karen Rijo

“Y si un día nos cruzamos

y le cuento que le hice esta canción

va a saber que no soy rock

que me estoy volviendo folk

o un indie del montón

Un sensible cantautor

que no espera de este amor

más que hacer otra canción.”1

Toto Yulelé

¿Qué diría Jung de aquella sincronía? ¿Cuántos gramos de simbiosis se calculan para una coincidencia de estas proporciones? Reventar ya no será posible. Habrá que creer. Aunque mujeres sabias, dijeran después que fue la creación del deseo.

Iba a ir el domingo, pero hacía frío, la habían hisopado el sábado (negativo), así que ¡qué necesidad! Lo postergó. Tendría que ser entonces el lunes. Los siguientes días de la semana iban a ser maratónicos, como todos, como siempre. El lunes al mediodía todavía no tenía la entrada. Volvió a mirar el calendario.

– Tiene que ser hoy – se dijo.

Y la compró con algún que otro click, saltando como en la rayuela de un sitio a otro. A las 19 estaría en Cinemateca. Se preparó para salir. Tomó el ómnibus, y en el camino iba rondando las mismas ideas y preguntas, mientras escuchaba a Toto Yulelé.

Tenía que ver esa película, imperdible para el mundo y para ella. Sobre todo para ella, confundida y aturdida. Necesitaba darle un sentido a sus propias escenas después de centrifugarse en ese torbellino que le había dado vuelta la vida, y comprender un poco más de la complejidad de ese vínculo. ¿Qué le había sucedido? ¿Cómo le había pasado? “Y nos quisimos empila”2, siguió Yulelé en la playlist de Spotify.

Parada va, parada viene, se fue acercando a la casa de Marianne. Hacía tres siglos que no se veían, desde que coincidieron en aquél ranchito de las costas de Rocha, donde se aprendieron sus “pequeños detalles, la posición de sus manos, sus gestos”3.

– ¿Te diste cuenta que cada vez que entras al agua metés primero la punta del dedo gordo del pie? – le preguntó Héloïse.

– Jajajajajajaja, rieron juntas.

Miró por la ventana. Subieron algunas personas, y entre el cardumen la vio. Marianne pagó el boleto, caminó y se sentó en su misma fila de asientos. “El universo sonrió”, cantaba ahora Maitena Astarloa4, en la reproducción de este “Caminito mío.

Con incredulidad, Héloïse guardó los auriculares, se giró y la miró. Se saludaron y hablaron de esto y de aquello. Hacía tiempo que no conversaban. Deseaban saber un poco más, una de la vida de la otra pero, tenían miedo, y poca experiencia en el cálculo de la distancia óptima.

Como siempre, un tema las fue llevando a otro, como a grandes directoras de una ópera. Y entonces, Marianne hizo la pregunta que desencadenó el fenómeno. ¿De la casualidad? ¿La estadística? ¿El destino? En definitiva, de la magia.

– ¿A dónde vas?

– A Cinemateca.

– Yo también, ¿qué vas a ver? ¿Retrato de una mujer…?

– Sí

– ¿En serio? ¡Yo también!

Silencio. El acontecimiento fue poderoso. Necesitaron algunos segundos para salirse del estado perplejo. Y girar la cara un poco, para poder volver con un nuevo tema, que le sacara peso a ese encuentro de película.

– Iba a verla ayer … – dijo Marianne.

Pero al final, por h o por b, tampoco había ido el domingo. Quiso la vida fílmica que fueran juntas aunque separadas – separadas pero juntas, para ver el guion de cómo se construye un amor entre dos mujeres: “una historia universal que se eleva sobre sus circunstancias particulares.”5

Se siguieron contando, mientras “los cuerpos, las miradas, los gestos”6iban diciendo lo que las palabras no podían. Héloïse había visto Bosco la semana anterior, y le contó que se había conmovido profundamente con aquella potencia simbólica, viajando generación tras generación de la mano de los vínculos afectivos. La magia hecha película.

En fin, última parada. Bajaron del ómnibus, caminaron por Santiago de Liniers, bordearon la vidriera de la librería, zona de ¡alto riesgo! Y claro, 30 segundos bastaron para que Marianne convenciera a Héloïse de que tenía que comprarse la Bendita indiscreción.

– ¿Cómo se llama la autora? – buceaba Marianne en su memoria.

– Gilio – dijo finalmente Google.

Entraron a Cinemateca, y se volvieron a separar, cada una a su asiento. Lejos pero cerca, invisiblemente unidas por esa experiencia compartida, íntimamente relacionada con la película: un retrato que podría ser, más – menos, el de su historia. En definitiva, todas las historias de amor se parecen. Todas narran el encuentro y el desencuentro. En todas, alguien gira recreando el mito de Eurídice y Orfeo, para perderse en Nunca Jamás.

Fin del cuento. Terminó la película y con las luces apagadas, mientras se proyectaban los créditos, Héloïse salió de la sala sin mirar hacia atrás. Caminó hacia su casa. Necesitaba recuperarse del azaroso encuentro con Marianne. Se recostó, y se dejó envolver por la sensación de estar sostenida por ese dios benedettiano que no existe, pero asiste.

– Me haces alucinar boluda, ¿el mismo ómnibus, la misma película, a la misma hora, en el mismo lugar? – le dijo su amiga cuando la escuchó narrar el acontecimiento.

– ¡Y de lo que trata la película! – continuaba sorprendida la voz del audio.

Mientras lo escuchaba iba recorriendo su biblioteca. Y como escapada de Proust y los signos, dio con su mirada sobre las Coincidencias que, como en una premonición, María Mascaró había puesto en sus manos algunos meses atrás.

¿Cómo llegaste acá? Recordó que le había preguntado la artista, después de ofrecerle un café el día que le abrió las puertas de su taller. Y luego de trascender la explicación racional de su interés en aquellos relatos y de quebrar en llanto, Héloïse le había contado de sus peripecias en ese desconocido hueco7 en el que cayó sin querer, como Alicia en el país de las maravillas.

Marianne y Héloïse no conversaron nunca ni de la película ni de la magia. Pero, quiso el cine volver a coincidirlas. Semanas después, en el concurso literario organizado por Cinemateca, hubo dos relatos de la bendita sincronía. Y nunca se supo si fue, acaso, una broma jungiana.

Alicia Cano Menoni8, que integraba el jurado, se preguntó si tendría que ver aquello con “cómo nos despedimos de las cosas, y cómo las dejamos atrás”. Que, según ella, no tenía “tanto que ver con un soltar, tan a la moda, sino con un dejar dentro.”

Y en el artículo de un diario9 escribieron sobre la compleja experiencia de ese “intenso y delicado amor lesbiano destinado, en el futuro, a quedar oculto”. Que constituía “la esencia de tantas de las más bellas historias de amor: el amor prohibido, la transgresión de la prohibición, la separación desgarradora, la perpetuación del recuerdo”, porque, en conclusión: “a veces la belleza duele”.


1– Yulelé, Toto (2013) Chica Rock

2– Yulelé, Toto (2021) “Sobrevivimos”

3– Cinemateca. Retrato de una mujer en llamas. https://cinemateca.org.uy/peliculas/989

4– Astarloa, Maitena (2020) “Caminito mío”

5– Astarloa, Maitena (2020) “Caminito mío”

6– Cinemateca. Retrato de una mujer en llamas. https://cinemateca.org.uy/peliculas/989

7-Campero, R. (2018) Eróticas Marginales. Género y Silencios de lo (A)Normal. Fin de Siglo.

8– Entrevista: Alicia Cano Menoni, directora de Bosco: Una película sobre el origen y la pertenencia, alrededor de un pueblo de trece habitantes en la Toscana. https://enperspectiva.uy/home/alicia-cano-menoni-directora-de bosco-una-pelicula-sobre-el-origen-y-la-pertenencia-alrededor-de-un-pueblo-que-alberga-solo-trece-habitantes en-la-toscana/

9– de Alencar Pinto, G. (19 de julio de 2022). La elección de la amante, la elección de la poeta: se estrenó Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma. La diaria. https://ladiaria.com.uy/cultura/articulo/2022/7/la-eleccion-de la-amante-la-eleccion-de-la-poeta-se-estreno-retrato-de-una-mujer-en-llamas-de-celine-sciamma/