¿Qué hora es? ¿Las seis? ¿Siete y media? No importa. Ella camina por las calles laberínticas enceguecida. Con una mano se frota los ojos y la nariz pero las lágrimas enrabiadas siguen cayendo. Exhala con lentitud el humo del cigarrillo que lleva en la otra mano. Con pasos anchos y sin ver muy bien lo que tiene en frente sigue caminando.
No le extraña, aunque sí la toma por sorpresa, el encontrarse frente a esas paredes de vidrio. Después de todo, no es la primera vez que sus pasos la traen aquí, sabe también que no será la última. Es justamente cuando se siente en desequilibrio que uno más busca una presencia estable.
Retrocede unos pasos, se apoya contra la escalera de hormigón del otro lado de la calle. Parecen dos mundos distintos, la calles, enmarañadas, están envueltas en una mezcla de la opaca luz azul de la noche que va cayendo, y los ocres amarillentos de los altos faroles. Por otro lado, está esa caja de cristal, brillante, moderna, un poco inquietante, le recuerda un poco a un lienzo de Hopper, pero tal vez sea que todavía tiene que acostumbrarse al cambio.
Le va a costar, pero lo entiende. En tiempos en los que todo cambia, hasta lo más perseverante se trasforma.
Aprieta la colilla del cigarrillo contra el hormigón para extinguirlo y lo tira en el tacho de basura más cercano. Cruza la calle y cuando abre la puerta de vidrio de la sala entrecierra los ojos, la intensa luz blanca le hace arder los ojos hinchados.
Compra un boleto para la siguiente función sin siquiera fijarse en la cartelera, la voz le sale ahogada y entrecortada y la muchacha que la atiende la mira con empatía, pero no hace ningún comentario al respecto. Tampoco para ella será la primera ni la última vez que se encuentra con historias de este estilo.
Faltan diez minutos para que empiece la función. Considera tomarse un café pero todavía tiene el estómago revuelto de frustración y bronca. La próxima, la próxima con suerte va a venir por elección y no por salvación.
Se sienta en la butaca color menta. Ve unas cuantas personas más en la sala, irracionalmente le causa gracia ver tanta gente, pero al mismo tiempo algo en su interior se calma.
En la oscuridad, escucha a los personajes hablando en francés, escucha a una pareja delante de ella susurrando observaciones de vez en cuando, alguien bosteza. Ella no entiende francés.
Respira, hondo, respira el olor del cine, al mismo tiempo liminal y entrañado, vivo. Respira y va dejando lo que pasó atrás, levanta la vista aunque le arden los ojos y ve que dentro y frente a la pantalla no hay nada más que cientos de historias.
La sala, ese grupo aleatorio de personas cuenta su propia historia, la que unió a esa cantidad de personas en particular a ver esa película en particular. El azar y el caos, pertenencia y soledad, plata y pixel.
Respira hondo otra vez. Cela aussi passera.