por Sonomas de Papa
Corría uno de los últimos años del siglo XX y una de mis rutinas estaba bien afinada: en la tardecita iba a la Cinemateca sin jamás consultar la programación. Lo que tal autoridad pasara merecía verse. Parte del placer era no saber absolutamente nada, una cita a ciegas con la película, dejar que ella hable por sí misma. El extasis se alcanzaba entrando a la sala sin siquiera conocer el título.
Aquel día parecía no tener grandes sorpresas. La película no me cautivó; quizá el escaso publico fuera un indicio. Repentinamente se cortó la proyección y quedamos a oscuras. Completamente a oscuras. Hoy veríamos indicadores luminosos de salidas de emergencia y no faltarían en la audiencia los dispositivos resplandecientes. Lo extraño fue la oscuridad total. Alguien hablo en nombre de Cinemateca, disculpándose por el problema y explicando que la función continuaría a la brevedad.
Seguramente tenía un libro en el bolsillo, inservible en tales circunstancias. Nada para hacer. Me dispuse a explorar la sensación de no sensación, tratando de mirar atentamente aunque no pudiera ver nada, girando la cabeza sin obtener variaciones de estímulo visual. Había en cambio estímulos sonoros, comentarios aislados de espectadores que al pasar los minutos llegaron a ser verdaderas charlas al olvidar rápidamente el contexto donde estaban.
La oscuridad me convirtió en espía involuntario de una conversación que ocurría a un par de metros de distancia. Disfrute la invisibilidad hasta el momento en que comprendí con horror que estaban comentando otra película que aun no había visto. Una persona menos tímida hubiera podido interrumpir el dialogo con cualquier pregunta de poca importancia; para mí esa opción era inimaginable. Intenté desesperadamente taparme los oídos con las manos, con fuerza para reducir el sonido pero sin lograrlo totalmente. Las palabras seguían llegando, imposible no oír. Atrapado en la butaca me sentí Alex en La naranja mecánica, forzado a escuchar contra su voluntad.
Un cuarto de hora mas tarde se reanudó la proyección, pero el mal ya estaba hecho.