Selección

Derecho de piso

Maiarí Fraga

2018, última vez que visitaría los baños llenos de azulejos azules diminutos y algunos espacios vacíos. No volvería a ver esas piletas enormes ni los sillones de cuero de la boletería ni sus talonarios. No volvería a subir todas esas escaleras, para llegar a la mitad de la sala y, en ese descanso enorme, decidir si subía unos escalones más o bajaba otros para elegir desde dónde ver la pantalla. Última película en Cinemateca 18.

Desde la primera vez que fui hasta la penúltima, me senté en la misma butaca. La sala casi siempre estaba vacía, así que durante dieciocho años pude elegir el mismo lugar.

Como decía, se cerraba la sala. Subí las escaleras, me detuve en el descanso, giré hacia la izquierda y subí un par de escalones más hasta llegar a mi asiento. Había un señor sentado en mi lugar. Evidentemente no me quedaba otra opción que explicarle mi situación, así que procedí:

—Señor, usted sabe que hace dieciocho años vengo a esta sala y siempre me siento en este mismo lugar y, como es la última película que voy a ver aquí, me gustaría continuar con mi ritual. —Siempre con sonrisa y cara de por favor.

Me escuchó atento sin interrumpir ni sonreír. Su respuesta fue clara:

—Yo hace veinte que vengo a esta sala y me siento en este lugar. Te gané por antigüedad.

Me senté dos filas más atrás, entre enojada y divertida. ¿Acaso no me podría haber propuesto un piedra, papel o tijera? ¿Mitad y mitad? Nada. Nuestra última cita sin ritual. La mía y la de mi asiento, que resulta que también era de otro y quién sabe si de alguien más.

Terminó la película, que no recuerdo cuál era. Mientras me ataba los cordones, fantaseaba con que cruzaríamos miradas con el ladrón de butacas, nos reiríamos cómplices. A lo mejor ir a tomar un café para charlar sobre esta magia que acababa de suceder, la mejor anécdota de nuestras vidas de ahora en más. Levanté la cabeza, y ya no estaba. Ni miradas cómplices, ni sonrisa ni café.