Selección

Doble función

Luján Libonatti

No se veía a nadie en la sala. Entramos con la película empezada: dos mujeres, cubiertas con burkas y una sombrilla, caminaban entre escombros.

Un barbudo dormido y su bolso estaban instalados en nuestras butacas, las que siempre ocupábamos en la primera función de los sábados. En la pantalla, un anciano apoyado contra una pared en ruinas cerraba los ojos al paso de las mujeres hasta que se alejaron.

Franco y yo volvimos a la entrada y tomamos por el otro pasillo. Nos sentamos en las dos primeras butacas de la penúltima fila. En el otro extremo estaba el barbudo, que observaba como Noqreh cargaba sobre sus hombros un palo que sostenía en cada punta un cántaro vacío, y caminaba detrás del sonido lejano de una gota, que demoraba en repetirse.

Franco revolvió su abrigo un buen rato, tanto que en la película ya habían lavado ropa, bañado a un bebé y dado de beber a un caballo.

Sin abandonar la búsqueda dentro de todos sus bolsillos, Franco salió de la sala. Cuando volvió, Noqreh atravesaba un desierto en bicicleta para ir a la escuela, a escondidas de su padre.

–No encontraba los documentos. Llamé a casa, y estaban allá –me contestó cuando le reproché que me había dejado sola en la sala con el barbudo, que había vuelto a dormirse.

–¡Quiero ser presidente! –gritó Noqreh cuando la maestra preguntó qué esperaban de la escuela. Tres querían ser maestras. Dos serían doctoras y las demás solo pretendían leer las escrituras.

Mientras Franco preguntaba por la procedencia de la película, Noqreh recorría campamentos de refugiados averiguando de dónde eran, y si tenían a una mujer como presidente. Me daba lo mismo que la película fuera paquistaní o italiana, lo impactante era que si a nadie le interesaba quién dirigía su país, menos podía saber si se trataba de una mujer.

El barbudo se acomodó en el asiento, se paró con mucha dificultad, y salió. Enseguida volvió con el boletín de Cinemateca hecho un rollito. Lo desenroscó y empezó a leerlo en voz alta, para nosotros. No entendí cómo fue que apareció en escena el poeta que convenció a Noqreh de ensayar su discurso presidencial frente a las vacas para perder el miedo al público.

–Como pueden apreciar, Rambo III no es lo único ambientado en Afganistán –nos dijo.

El padre de Noqreh enterró al bebé envuelto en la tela de su turbante. Envió a las dos mujeres a buscar agua en el desierto, y se quedó junto a otro anciano que decía que no había más pueblos, que estaban perdidos y que se quedaría sentado allí, para siempre.

El barbudo recitó “A las cinco de la tarde” a dúo con la banda sonora de la película.

–Era el poema de García Lorca, aunque en los créditos no lo pusieron –nos dijo cuando salimos.

Franco me miró como lo hace cuando quiere que yo opine primero.

–¡Maldito machismo! –protesté.

–No era un film sobre machismo, era sobre la fe: la muerte y la resurrección de la fe… –dijo Franco, que nunca veía la misma película que yo, sino un film, pronunciado como en italiano, con énfasis en la última consonante.