—¿Puede hacer esto? dijo la neuróloga, mientras los dedos índice y pulgar de sus manos se abrían y cerraban como si fueran el pico de un ave. Lo hice bien.
—¿Dificultades para tragar?
—A veces.
— ¿Constipación?
—Un poco.
—¿Olfato?
—Poco.
—¿Depresión?
—Algunos días.
—¿Rigidez?, ¿Temblor?
—Sí.
— ¿Cómo se siente en general?
—“Acechado como Dersu”— dije sin dudar, sorprendido por la velocidad con la que mi memoria encontró aquella expresión. Fue una respuesta espontánea, dicha sin la atención debida.
Naturalmente la frase no se entendió por lo que consideré oportuno, aclarar su significado.
Lo primero que hice, fue recurrir al diccionario buscando la palabra “acechar”, de escaso uso en mi vocabulario. Insatisfecho, mi inquietud derivó en averiguar la circunstancia en que anidé el sentimiento de estar acechado. Desde el principio supe que se trataba de una situación antigua, tanto como mis pasos en Montevideo. En marzo de 1977 me trasladé a la capital con la esperanza de cambiar la pisada. En la villa se respiraba incertezas. No había advertencias, ni señales de humo. La falta de perspectivas, la dictadura, desalentaban la gente que en el mejor de los casos—antes que los habitara la tristeza y el rencor— emigraban por tierra, agua y cielo. El acecho también era la nada, el vacío. Fui uno de los que huyó de la desazón.
Instalado en una pensión del Cordón, padecí en cuerpo y alma esta ciudad. Me provocaba náuseas el olor de la calle, al igual que la leche pasteurizada. La gente no me parecía amable y mi cabeza dio albergue—día y noche— a un agudo dolor, en el ápice del cerebro.
Fue un compañero de pieza el que me habló de Cinemateca. Ese mismo día me acerqué a la pequeña sala cinematográfica que funcionaba en la Asociación Cristiana de Jóvenes, ubicada en la calle Colonia. Rápidamente hice rutina el ir a diario al cine. Fue ésta, la primera señal de adaptación a vivir aquí. Valía la pena. Se había abierto una ventana y las horas muertas, que tenía entre trabajo y estudio, ahora me emocionaban el alma. Es el caso de la referida, Dersu Uzala de Akira Kurosawa. Película de impacto y efecto prolongado. Inolvidable. Al evocarla reviví, la elocuencia del silencio y recuperé la imagen del hombre robusto, de baja estatura, que encarna el personaje Dersu. Pero la escena que rescato por oportuna, es aquella en la que un tigre — más insinuado que visible— ronda el campamento del cazador. No es la primera vez que esto sucede. Dersu lo rezonga y pide al animal que se aleje y lo deje en paz. Aquí es donde abrevó la expresión que desconcertó al médico.
No recuerdo con exactitud cuando vi este film. Tal vez en el año 1978 o 1979. Seguro que aún en la época de “ellos y nosotros”. En la escena, el acecho anuncia y previene. Alerta al cazador. Por mi lado asumí que la expresión: “acechado como Dersu” da cuenta del deseo de emular la valentía de un hombre ante la adversidad. Dar batalla es inexorable, tal vez por aquello que escribió Fernando Pessoa en referencia a la máxima romana: “Navegar é preciso; viver näu é preciso”
—Haga así con los dedos. Lo hice bien.
—¿Cómo está tomando la dopamina?
—Tres veces al día.
—¿Duerme bien?
—Maso
—¿Se siente acechado?
—Miedo directo
—¿A qué le teme?
—A un tigre rampante.