Te estoy hablando de la época en la que Cinemateca todavía estaba en las salas viejas. Que tenían su magia, por supuesto. Nada más lindo que ver las partículas de polvo flotando por delante de la luz del proyector. Salvo que fueras asmático. Me acuerdo que por entonces había un crítico que la había pegado. Nombre compuesto, vestimenta impecable, pero sobre todo tenía una manera de ver las películas que te volaba la cabeza. Incluso si ya la habías visto, leías lo que el tipo escribía y podías hasta cambiar de opinión. Así de salada era su reputación. Por entonces Internet era algo de las películas de ciencia ficción, así que la única forma de saber lo que este hombre opinaba de una película era esperando a que sus textos aparecieran en el diario. Bueno, en realidad no era la única forma. Porque a él le encantaba encontrarse rodeado de personas y decir a viva voz lo que le había parecido tal o cual obra. No era agrandado ni mucho menos, pero en su trabajo no lo reconocían y su pequeño auditorio podía ser, por lejos, el mejor momento de su semana. Así que la gente se pasaba el dato de en qué función iba a estar y sacaban entradas para ver la película con él. O en el peor de los casos, si las entradas se agotaban, lo esperaban en la vereda frente a la sala para escucharlo. Esa práctica se mantuvo durante años, y me dijeron de muy buena fuente que lo que el crítico opinaba era determinante para el éxito o el fracaso en la taquilla. De nuevo, no quiero que me malinterpretes: no es que los socios de Cinemateca se hubieran convertido en ovejas. Es que de verdad había algo en sus reflexiones que resonaba con la gran mayoría de ellos. Si a él le gustaba la película, iban en masa. Y les gustaba. Si le parecía mala, ni se gastaban. Aunque siempre había quien ponía a prueba su veredicto, iba a la función y terminaba dándole la razón al viejo. Un amigo que estudió psicología muchos años me aseguró que lo de este crítico era una suerte de super empatía, que se manifestaba también en pequeñas cosas. Por ejemplo: cuando algo le parecía gracioso y se reía, la sala entera explotaba en carcajadas. Y si una escena triste lo hacía llorar, el sonido de las manos yendo a los bolsillos a buscar pañuelos era ensordecedor. Llegó a un punto en que no era necesario quedarse a charlar con él, porque alcanzaba con haber compartido la experiencia para salir del cine llevándose aquella opinión. Igual se quedaban, porque escucharlo hablar era un placer. Verlo llegar ya era un espectáculo en sí mismo. Con sus abrigos siempre oscuros, la bufanda en el cuello aunque fuera verano y el elegante bastón que sumó en sus últimos años. De haber sabido que le iba a quedar tan bien, tendría que haber empezado a usar bastón muchísimo tiempo antes. Ni siquiera cuando tuvo alguna complicación de salud dejó de asistir a su pasatiempo favorito. Para entonces ya estaba jubilado, pero seguía yendo a Cinemateca al menos tres veces por semana, y la gente seguía yendo con él. La última película que vio, lo sé porque salió en el diario, fue un drama francés. No recuerdo exactamente la trama, pero seguro había alguna infidelidad. Algo tienen los franceses con los cuernos. El crítico estaba sentado bien en el medio, como le gustaba. El polvillo en el aire lo hizo toser un par de veces y el cine entero tosió con él. Según sus notas, que siempre guardaba en el bolsillo interior del saco, la actriz protagónica sobreactuaba un poco, pero los diálogos eran capaces de disimular ese detalle. Fueron dos horas y cincuenta minutos de película, que resultaron demasiados para un corazón que había pasado por varias operaciones. Ni bien comenzaron los créditos, sus ojos se cerraron y nunca más volvieron a abrirse. Así lo encontró el equipo de emergencia que llegó unos minutos después y constató la muerte de todos los espectadores de la sala. No alcanzaron las bolsas para cadáveres, por lo que hubo que meter los cuerpos en bolsas de basura de las que usan en los edificios. El país jamás había experimentado una tragedia tan grande, porque la función había sido en la sala más grande. Las casas velatorias estuvieron trabajando sin parar durante muchos días, y fue necesario coordinar los sepelios para que hubiera personal disponible. Del crítico no se escribió mucho; la mayoría de la gente que lo conocía murió junto con él. Y desde entonces el público dejó de hacerle caso a los críticos. Bueno, mientras estaciono el auto vos sacá dos para Locademia de Policía 8 y comprame una coca grande, que la charla me secó la garganta.