El pasado impredecible

Javier Francisco Martínez Benvenutto

—El presente no es un mal lugar para vivir —dijo Fabián.
El mozo del bar Fénix llegó con los cafés y Jorge adivinó en la mueca un comentario discrepante, guardado tras la pregunta de si azúcar o edulcorante, y pensó que si el mozo supiera que en realidad Fabián lo había dicho para excusarlos porque estaban fallando en recordar, y para acentuar la alegría del encuentro casual después de tanto tiempo, tal vez su cara hubiera sido otra, una más empática con las de ellos dos, contentos de volver a verse.
—Dice el mozo que quisiera estar en casa y no en este presente.
—Sí, me imagino, ya deben estar por cerrar.
—La verdad que no me acuerdo pero una película sobre unos veteranos de guerra que
tienen una tv pirata que transmite desde un avión debe ser fácil de encontrar en google.
—No, dejá. Mantengámoslo en la punta de la lengua, ya nos va a salir.

Jorge se había subido la solapa del saco ni bien salió del trabajo dispuesto a ir a casa, pero había pasado por la nueva Cinemateca y una película coreana que siempre había querido ver empezaba en quince minutos, así que no lo pensó dos veces, compró una entrada y subió. Martes ya noche, con la familia en villa Serrana y sin más plan que habitar la casa, la decisión lo dejó contento, como quién contempla un arroyo y siente cómo fluye. Se sentó en la última fila, y mientras esperaba miró a los pocos presentes, buscando entretenerse inventándoles un antes más o menos largo, un caminito hasta el cine: un punk del ala Clash, una pareja de canas, unos rulos cortos con un flaco de coleta. Siguieron entrando algunos espectadores más, y el último, ya con las luces apagadas, era un amigo del siglo XX: Fabián.

—¿Hasta cuándo te quedás? —preguntó Jorge.
—No sé. Estoy pensando en instalarme acá por un tiempo. Allá se viene el invierno y las consecuencias de la guerra son preocupantes, calentar la casa se multiplicó por cuatro. Me va a salir más barato estar acá.
—Fah, ¿tanto así?
—Sí, sí, está jodida la cosa. La energía está carísima, cierran comercios, hay restricciones, el invierno va a estar duro. Esto me ha hecho acordar a una anécdota que contaban exiliados en Suecia: había casas de alquiler con radiadores que se encendían con monedas y el ingenio y la necesidad habían iluminado a alguno con la idea de hacer monedas de hielo. El calor las derretía y no quedaba rastro de la jugarreta. Esta vez la cosa es mucho peor, no hay energía suficiente para mantener el confort al que la gente está acostumbrada.
—No pensaba que la mano venía tan complicada. ¿Y qué vas a hacer acá?
—La verdad que no sé. En Berlin me confunden con un actor, ¿sabías? Y una vez conseguí trabajo gracias a eso. Pero acá no me parezco a nadie.
—Es verdad que te pareces a un actor, un alemán, pero no sé el nombre.
—Jürgen Vogel. Allá es muy conocido pero afuera no sé, no hace cine muy masivo.
—Debe ser ese. ¿Y cómo fue que Jürgen te dio laburo?
—Porque un loco me habló en un bar, me hizo un chiste, un doble sentido con el apellido, porque Vogel quiere decir pájaro, y después nos veíamos seguido, de casualidad porque salíamos a los mismos lugares. ¿Viste que te pasa eso? Es como la gente que siempre te encontrás en el ómnibus porque entrás a trabajar a la misma hora. En los bares es más propicio acabar conversando pero de pronto no hubiéramos hablado si no fuera por ese parecido mío, y bueno, con el tiempo surgió que precisaba alguien temporalmente para una distribución de minerales para ópticas y quedé yo.
—Notable. Bueno, nosotros nos conocimos así, de vernos tanto en la cola de Cinemateca, hasta que nos presentó Mauro.
—Cierto. Lo notable es cómo el azar va tejiendo la vida de uno: pequeñas cosas así van haciendo crecer la rama por donde va derivando tu vida, una cosa lleva a la otra, y así. Ese trabajo significó otro, de ahí me fui a Hamburgo por un contacto en el rubro y me metí con una tana que trabajaba en una pizzería de un turco que se hacía pasar por calabrés. Y me quedé diez años. ¿Y sabés qué? En Hamburgo vi una exposición de fotos del tipo este que no nos acordamos el nombre.
—No sabía que era fotógrafo, también. ¿Venís de ahí?
—No, después volví a Berlin. Hace tiempo que estoy allá. Cómo pasa el tiempo. Como para acordarse del dichoso actor y del nombre de la película esa, que tiene más de treinta años. En fin. ¿Y vos qué contás?
—Yo voy por la segunda familia, tengo un hijo chico, Rafita, de tres años. Carla, se llama mi mujer.
—Mirá vos, supe que te habías divorciado pero no sabía que estabas en pareja, te felicito por el gurí, che.
—Gracias.

Pagaron la cena y los cafés y salieron. No había un alma, no quedaba ni el humo de los escapes, disipado por el viento del sur que traía el olor del mar. Jorge volvió a subirse la solapa del saco. Caminaron hacia el este por Reconquista y pasaron por la Cinemateca, camino a tomar sendos buses. Fabián se detuvo:

—Está buena la nueva sede.
—Sí, divina. Hablando de azar, a mí me pasó algo curioso una vez —dijo Jorge al tiempo que retomaban la marcha. Conocí una mina en un casamiento, en el casamiento de Julia y Osvaldo, vos los conociste. Abril en Buenos Aires, un calor impensado para esa época, una fiesta divina, los parientes y los amigos, nada de invitados por compromiso. Yo conocía poca gente pero esa escala permitía alternar, conversar, y bueno, me pongo a charlar con esta chica y en determinado momento ambos coincidimos en que La verdad increíble, de Hal Hartley, era la mejor película que habíamos visto. Es una película que no conoce nadie, y al director tampoco, aunque tiene varias pelis buenas, te lo recomiendo. Pero volviendo al tema, a ella le copó la coincidencia y eso terminó por convencerla de ir a los bifes conmigo, esto me lo confesaría después. Y claro, a mí también me gustó muchísimo ese hallazgo, estás conociendo a alguien y enseguida encontrás un gusto, una sensibilidad en común, que además no es algo muy popular o conocido.
—No es un estreno que ve todo el mundo.
—Claro, eso lo vuelve más especial, es como avanzar varios casilleros, los dos nos quedamos entre sorprendidos y maravillados de haber encontrado ese tesoro en común.
—Eran los dos igual de snobs.
—No pelees. No nos vamos a poner a discutir ahora sobre el cine de autor, lo mainstream, la distribución, la colonización cultural y el asunto de las cuestiones.
—Si, no, ya te conozco.
—Bueno, resulta que pasaron años y un buen día repusieron esa película en Cinemateca y decidí ir a verla de nuevo. Hacía tiempazo que no la veía y me había pasado la vida diciendo que me encantaba esa película así que fui a redescubrirla. Y entonces me di cuenta de que no la había visto, que me había confundido con otra del mismo director. La que yo decía era Confía en mí, creo que en inglés se llama Trust, a secas. Me había pasado una vida recomendando una película que no había visto. Y que resultó que no me gustó tanto como la que confundía con esa. Había tenido un momento mágico de conexión con una mina gracias a ese equívoco.
—Qué raro que habiéndote gustado tanto, no tuvieras claro el nombre.
—Sí, pero lo que pasa es que en aquella época yo veía mucho cine, era estudiante, no tenía un peso y ser socio era barato. Era como una rutina, mis salidas eran ir a Cinemateca casi todas las noches, tenía una barrita, y si no, iba solo. Veía veinte películas por mes, pasé años así, calculá.
—Claro, sí, igual que yo.
—¿Vos también guardabas los boletines? Yo los leía de punta a punta y marcaba las que iba a ver. Así aprendí mucho. Incluso llegué a ver más de una en la misma noche, veía una en Carnelli y salía corriendo para la Linterna, o bajaba a la sala Dos.
—¡Más de una vez debemos habernos cruzado!
—Seguramente. Y bueno, ver tanto habrá ayudado a que me confundiera.
—Lo meritorio es que te recibieras.
—Jaja, sí. ¡Linda época! Pensar cómo ha cambiado todo… Creo que algunas películas que cuando las vimos ya tenían veinte años, hoy serían incorrectas o escandalosas, algunas de Blier o, las suecas de los sesenta… Pero sin duda que te abren un mundo, te salvan de… de… de…
—Del hombre araña.
—Ahí va. Pero ojo, pasaban del circuito comercial, también. Yo veía de todo.
—Me quedé pensando en Pasolini cuando dijiste lo de que cómo cambian los tiempos. Imaginate, ¿qué estaría haciendo Pasolini, ahora? ¿Qué diría?
—¿Y quién será el Pasolini de hoy? Estoy alejado de las canchas, ya no veo tanto cine como antes. Y entre el niño y la pandemia, imaginate. ¡Por eso es tan azaroso que nos encontráramos!
—Sí. Y que ambos fuéramos al cine sin haberlo planeado. Increíble.

Siguieron caminando en silencio, tomaron 18 de julio y al llegar a Convención, Fabián se paró en seco:
—Dennis Hopper. Me acordé.
—¡Ese mismo!
—¿Viste que iba a venir solo? Un fenómeno el Dennis. ¿Vos seguís para allá? Acá nos despedimos. ¡Qué alegría verte! Quedemos para otra.
Pero antes de darle un abrazo, como postergando la despedida, Fabián agregó:
— La cuestión es que tuviste una aventurita gracias a tu mala memoria.
—No, que aventurita ni aventurita: estamos juntos, ¡es la madre de Rafa!
—No jodas, ¡lo que son las cosas!
— Los rusos tienen un refrán: El pasado es impredecible.
—Está bueno. Che, ¿y le contaste a ella que te habías equivocado de película?
—No solo le conté sino que es la razón de que estemos juntos. Resulta que cuando la vi, yo ya estaba separado de mi ex y a Carla hacía mil años que no la veía ni tenía contacto. Salí del cine, me fui para mi casa y se me dio por escribirle y contarle, le mandé un correo electrónico, que era lo único que tenía, imaginate el tiempo que había pasado. Y así retomamos el vínculo.
—Notable. El árbol de la vida.
—Ese mismo.