Es en estos días de invierno en los que dejé de dar clases de filosofía para escribir ensayos, y en los que en mis tiempos libres se me da por abrirle la puerta a mi pasado. Como me pasó ayer, cuando charlando con una amiga me dijo: No sé por qué ya no vamos al cine como antes, podríamos ir a ver una de las tantas películas viejas que están pasando en los ciclos de la cinemateca. Tan livianamente como lo decía era eso y nada más, pero yo sabía que pensar en el cine, o más concretamente en la Cinemateca, era pensar en Ana. Por la noche me acurruco al lado de la estufa con una copa de vino. Podría ir a ver cualquier película de ese ciclo con mi amiga sin que eso signifique mucho más, pero una parte de mí quiere saber si en alguna de esas películas está Ana. Entonces veo la programación y «El camino de las amatistas», una de las primeras películas de Ana, aparece como con destellos entre las demás películas. De repente me encuentro en una encrucijada en la que me dispongo a recordar a Ana. Como de costumbre, busco entre mis viejos diarios, que están intactos en la misma caja, a la espera de mi nostalgia, y encuentro uno del que todavía me acuerdo. Le saco el polvo y empiezo a ojearlo, deteniéndome por la mitad. Me pregunto si de verdad quiero leer aquello en este momento, pero resuelvo que sí y comienzo a leer:
Siempre que salgo con Ana sé que voy a tener que esperarla. Si acordamos vernos a las cinco de la tarde, ella va a llegar a las cinco y diez o a las cinco y veinte, dependiendo del tráfico. Nuestro lugar de encuentro: afuera de la cinemateca por 18 de Julio, unos minutos antes de que empiece la función. Voy por las calles del centro mientras me fumo un cigarro y tomo el poco sol que se filtra entre los edificios. Me imagino a Ana sonriéndome al verme, dándome una nueva excusa sobre por qué se atrasó esta vez. Ana como mi cable a tierra, como mi descanso mental, todo parece pequeño cuando estoy con ella, todo parece… Me detengo al llegar al cine, Ana como por única vez había llegado antes que yo y estaba hablando con sus amigos de teatro. Preciosa como siempre, llevaba el pelo atado, una blusa roja con una pollera negra de pana y unos zapatos de charol. Yo estaba con mis pantalones oxford y mi blusa blanca, con el pelo suelto y despeinado. Entonces los demás se hacen difusos y yo me enfoco en Ana, viendo cómo puedo hacer para acercarme a ella. Eso suele pasar a la salida de las funciones, yo me quedo reflexionando sobre la película mientras que ella debate sobre cine con sus amigos de teatro, que a su vez son cinéfilos, mientras que yo solo entro en la discusión si veo que se pone interesante.
Sucede que tanto Ana como sus amigos tienen una estrecha relación con el cine a través de la actuación, y debaten hablando fuerte mientras que yo lo hago sin alzar la voz. Con Ana nos gusta llegar temprano para elegir los mejores asientos y ver cómo es la gente que llega a la sala, a veces fumar un cigarro antes o después de la película, pero lo mejor de todo es cuando nos quedamos abrazadas en la sala a oscuras, como hipnotizadas frente a la pantalla gigante. La cinemateca es en ese momento, nuestro espacio de rebeldía.
Me sirvo otra copa de vino, sabía que iba a terminar haciéndolo, voy unas páginas más atrás, hasta leer algo de cuando nos conocimos. Fue en una fiesta de una amiga que teníamos en común: Conocí a Ana cuando la música nos tenía a todos en la pista, sonaba “Dançando lambada” de Kaoma. Bailábamos con mis amigas eufóricas, y entonces, como en un trance vi como se acercaba a mí una de las chicas más bellas que había visto, con un vestido rojo al cuerpo. Nunca había bailado tan cerca de alguien hasta sentir sus piernas junto a las mías. Nos deslizábamos entre la gente y noté que algunos nos miraban asombrados. Hasta que la música pasó a ser lenta y Ana se fue con sus amigas.
-¿Cuál es tu nombre?- Me preguntó mientras me sonreía encantadora.
-María- Le respondí agitada.
-Un placer, María. Mi nombre es Ana, llamame y arreglamos para salir.
Me había escrito su número de teléfono en un papel. Quedamos de encontrarnos afuera del cine por primera vez. Ya sabía que era actríz, lo que tenía sentido por todo su esplendor. La primera película que vimos pasó muy rápido, estaba muy distraída como para prestarle atención. A la salida fuimos a tomar un café. Nos contamos muchas cosas de nuestras vidas, las dos estábamos igual de intrigadas.
-Me sorprendí al enterarme que te gustaba el cine, aunque ya sabía que eras actríz- Le dije.
-Es que a muchos actores no les gusta el cine.
-Es una pena, aunque es verdad. ¿A vos qué te gusta del cine, aparte de actuar? – Le pregunté y vi como sus ojos empezaban a brillar.
-Me gusta que mediante las películas voy conociendo partes de mí, veo aspectos de mi vida en las diferentes tramas, y cuando no, igual las disfruto, pero con esa sensación de extrañeza. Claro que a algunas películas las disfruto más que a otras. ¿No te pasa que hay películas que te son ajenas y otras que realmente te llegan? -me preguntó Ana mirándome dulcemente.
-Sí me pasa, aunque nunca lo había pensado de esa forma, quizás porque tengo el hábito de analizar las películas tomando distancia de ellas, como queriendo revelar lo que esconde cada fragmento de cada escena que veo. Me gusta pensar que las películas esconden secretos guardados que no se ven en otros lugares, que están en las bóvedas esperando para salir a la luz en las funciones.
Ana me miraba como meditando lo que le estaba diciendo.
-En realidad lo que me apasiona a mí es la actuación, no podría ser yo si no actuara. Más allá
de eso, creo que lo maravilloso de las películas es que son como máquinas del tiempo, por lo que de alguna forma voy a estar inmortalizada en ellas.
Termino de leer eso y me quedo estática mirando el diario. Adelanto las páginas y elijo una al azar:
Hace un mes se estrenó en la cinemateca la primera película donde actúa Ana, y fuimos a verla con sus familiares y amigos. Para sus padres yo soy una amiga más. En la película Ana actúa como la novia de uno de los protagonistas. ¡Qué lindo hubiera sido haberla visto actuar como la pareja de otra mujer!, vernos representadas en el cine, en el arte y en la vida. Pero Ana es una excelente actríz y sabe bien el papel de historia de amor entre hombre y mujer, y lo que es realmente esencial: sabe sentir y reflejar plenamente las emociones de sus personajes. Sus ojos almendrados sobresalen de la pantalla y estremecen al público que la adora y a mi que me emociona al verla actuar. Después fue la celebración en su casa, la cena familiar, el tener que disimular la intimidad y el amor que nos tenemos, el esperar el momento en el que vamos a dormir, y en el que podemos ser por fin nosotras y celebrar juntas.
Al otro día ir a la rambla, darnos besos tiernos bajo el sol, abrazarnos como sosteniéndonos por el viento que hay y que mueve las ondas del pelo largo de Ana, mientras yo me quedo mirándola como queriendo grabarla, para que todos la vean como la veo yo en ese momento.
Termino de leer esa página sabiendo que quedan muchas más y que hay otros diarios tan intactos como este, pero por hoy creo haber leído lo que quería. Me acuerdo bien de cómo sigue nuestra historia y su desenlace. Después de años de estar juntas fuimos tomando nuestros caminos, Ana con la actuación, yo con la filosofía, Ana que tenía planes de salir todo el tiempo, yo que prefería estar más tranquila. Sin dudas Ana era realmente dulce, y sin dudas la quería de sobremanera, tanto que por mucho tiempo me parecía verla en cada actríz de cada película que veía. Seguía yendo a la cinemateca siempre que podía, y lo curioso era que el tiempo en mi trabajo pasaba volando, cuando sin darme cuenta ya estaba sentada en la sala del cine, donde el tiempo se detenía. Pero la realidad era que Ana no estaba conmigo, y yo me había quedado enamorada del cine. Me pregunto cómo estará Ana ahora, si iría a verse en sus viejas y nuevas películas y si se le iluminaría la mirada como antes. El leer sobre ella hizo que me pregunte si prevalece la esencia después de tantos años, o cambiamos tanto que es imposible frenar la mutación, si hasta las películas se pierden si no se conservan bien y si se dejan de ver. Pero por suerte existe la mutación y la conciencia, por eso ahora disfruto del cine mucho mejor, porque me puedo ver representada como les pasa a tantas otras y otros. Porque el cine va cambiando su sentido junto con el de las personas que lo realizan y lo impulsan.
Dejo de pensar en eso, veo como se termina de apagar la estufa y me decido a escribirle a mi amiga para ir a ver “El camino de las amatistas”, a lo que mi amiga me contesta que no puede ir el día que pasan la película, pero que podemos ir a ver cualquier otra. El asunto es que yo quiero ir a ver concretamente esa película. Por lo que voy igualmente a la cinemateca el día que la pasan. Voy por las calles de la ciudad vieja y al llegar me siento afuera a fumar un cigarro, en una de las mesas del café mientras leo uno de los folletos con la programación de los ciclos. Una parte de mí se siente como en su casa, con ese olor a café y a tabaco y con el ruido de la gente hablando en ese espacio del que somos parte. De repente siento que alguien llega por detrás y me pide un cigarro. Yo la miro y le digo sonriendo: este es el último que me queda, pero lo podemos compartir. Ana me mira y se ríe con la misma sonrisa encantadora de siempre. Entonces me explica por qué llegó tarde, nos damos un abrazo apretado y ya solo nos queda entrar a ver la función.