Paso una fría noche de julio, en aquel cuadrado gris detrás del Solís. El negro de la noche se vio invadido por el errático bailar de una anaranjada llamarada. Los mas valientes, entraban con la esperanza de poder salvar algo, lo que sea. Los mas sensibles se vieron incapaces de hacer otra cosa más que sollozar, lamentando lo que sus ojos veían. Pero poco importaba que hicieran, ya que el poder del fuego era total. El destino de este lugar ya estaba decidido.
Según el noticiario, no se pudo determinar quién o que había causado este calvario (o como mínimo, no quisieron decirlo). Pero en lo que si no se limitaron fue en mostrar las secuelas de lo sucedido. Donde antes había largos vidrios, hoy les remplazaban largas tiras de tela negra. Su prístino interior blanco había dado paso a un profundo y uniforme color negro. Sus asientos color vino se habían convertido en nada más que un puñado de metales contorsionados. Entre todas estas imágenes que resultaban ulcerantes a cualquiera que tuviera cariño de este lugar, hubo una que destaco. Una que desafiaba toda lógica, pero sin embargo, era. La pantalla de proyección estaba intacta. Uno pensaría que debería estar arrugada, manchada de negro o que debería haberse quemado. Pero ahí estaba. Tan blanca y tan reluciente como si jamás se hubiera enterado de lo sucedido. Algo en esta imagen imposible me era fascinante. Me vi anonadada, incapaz de darle sentido en mi cabeza. Y entonces, se me ocurrió que la única manera de resolver este misterio, era ir a verla por mi misma.
Así, bajo el velo de la noche y armada con una simple linterna, emprendí mi viaje hasta ese lugar. Al llegar, me vi frente a el mismo edificio desolado que mostraron en la televisión. Con precaución me fui acercando a donde solía ser su entrada, mirando hacía todos lados por si acaso alguien quisiera impedirme el paso. Enfrentándome a las telas negras que eran ahora sus puertas, prendí mi linterna, me armé de valor, y entre. Apuntando mi linterna, me encontraba con las mismas imágenes que ya había visto en las noticias, pero de alguna manera verlas con mis propios ojos resultaba aun mas triste. Me dirigí la escalera al segundo piso. Lentamente fui subiendo sus escalones, no sea que el fuego la haya dañado y estuvieran esperando un mal paso para derrumbarse. A medida que iba subiendo, empecé a notar que dos pequeños puntos de luz apuntaban en mi dirección. Del susto pare en seco. Fue entonces que esas luces empezaron a venir hacia mí, revelando que era en realidad el reflejo de los ojos de un hombre. Mi mente ya había empezado a imaginar escenarios donde acababa encarcelada o peor, pero estos pensamientos fueron interrumpidos cuando el hombre decidió hacerse oír. “Vos también necesitaste viniste a verla, ¿no?” pronuncio. Aún insegura de que hacer, solo atine a asentir. A lo que este hombre simplemente me extendió su mano. Si bien tenia todas las ganas de echarme a correr, contra toda lógica, le agarre su mano. Me ayudo a terminar de subir las escaleras y luego me empezó a guiar hacia donde se encontraba la pantalla.
Al entrar, me encontré con una gran oscuridad, a lo que atiné a alumbrar hacia dentro. La sangre que se me congelo al ver que el lugar estaba lleno de personas, todas mirando inmutablemente hacia adelante. Del terror, intente escaparme. Pero el hombre me contuvo. Me miro a los ojos con una mirada amable, como si solicitara mi confianza. Desistí de tratar de escabullirme. El me soltó, y empezó a subir una escalera al costado de la sala, y yo le seguí. Mientras subía, notaba que la gente estaba sentada entre lo que quedaba de aquellas sillas, acomodada como podían entre los fierros. Al llegar a la ultima fila, el hombre fue y se sentó en la mitad de la misma. Él me hizo un gesto invitándome a su lado y eso hice. Al sentarme, el guío mis manos de manera que mi linterna apuntara directamente enfrente mío. Y ahí estaba.
La pantalla. La gran pantalla. Realmente era cierto. Esa tela plateada de verdad estaba inmaculada. Mis ojos la recorrían de arriba a abajo, buscando la más mínima herida, la mas pequeña mancha. Algo debía estar fuera de lugar. Pero sin darme cuenta, entre que examinaba más y más, la pantalla empezó a ejercer un poder sobre mí. Como si su perfección me hubiera hecho entrar en un trance, deje de buscarle los defectos. Pare, y simplemente, la mire. Fue entonces, y solo entonces, que empecé a ver algo en la misma. Enredado en lo blanco de la pantalla, vi a un hombre en el espacio. Luego vi una mujer correr debajo de un puente. Una pareja en un auto deportivo. Una mujer tirada sobre una cama, sonriendo. Un hombre acariciando un gato. Ver todo esto era imposible. No había nada siendo proyectado en la pantalla, y sin embargo, lo estaba viendo. Escapaba toda explicación lógica. Era un milagro.
La batería en mi linterna finalmente se acabó, y se apagó la luz. Hubo un momento de silencio en aquella oscura sala. Y por un momento, me pregunté si lo que vi también fue visto por los demás. Un aplauso. Dos aplausos. Varios mas les siguieron. Toda la gente en ese lugar empezó a aplaudir y silbar. Ahora estaba segura. Todos habíamos experimentado ese mismo milagro.
La gente empezó una a una empezó a salir del edificio, despidiéndose una de las otras sin decirse una palabra. Se miraban como si se prometían que volverían a verse en aquel lugar. Cuando todo el mundo se fue, yo decidí salir. La noche había acabado y ahora el sol brillaba en lo alto. Y mientras caminaba de vuelta a mi casa, mi mente empezaba a maquinar.
¿Qué paso esa noche? ¿Cómo pudo ser que todos viéramos lo mismo?
¿Sería que quizás la pantalla, de alguna mágica manera, estuviera recordando todo lo que alguna vez se proyectó en si misma? ¿O fue nuestra podría tristeza que compartíamos que nos jugó una pasada?
Toda esta experiencia invitaba a pensar si aquel fuego realmente había destruido algo. Quizás el fuego se vio incapaz de subyugar la magia de ese lugar.
Quizás todo este tiempo lo que hacía importante a la Cinemateca era incapaz de quemarse y no lo sabíamos.