La Película Infinita

Juan Pablo Lepra Oliver

Basada en hechos reales.

Varias vidas para ir y volver a ir al cine. El principio para mí fue el Bang Bang de Chitty Chitty. Película del año en que nací, pero no recuerdo en que año o en qué cine la vi. Sé que vi StarWars cuando se estrenó en enero en Piriápolis. Y sé que comencé a ir a Cinemateca en los años 80. Por mencionar dos películas que vi en sus salas en esos años: “The meaning of life” de los Monty Python y “Yesterday”, que es polaca y googlee ahora para escribir el nombre del director: Radosław Piwowarski. Luego el video
club en Pocitos. Muchos VHS. El Padrino. La mujer de al lado. Los desconocidos de siempre. Las últimas películas que vi en las nuevas salas fueron: Licorice Pizza y Les choses de la vie. Son las cosas de la vida, mis recuerdos son vagos y confusos en cuanto a fechas, salas, lugares.

Pero tengo un recuerdo cinematográfico permanente, quizás un sueño, algo imaginado. Pero definitivamente de una vida anterior y familiar.

Recuerdo algunas imágenes en blanco y negro, parece una película muy antigua. Estos recuerdos son muy breves. Tres personas vestidas con túnicas que parecen ser artistas, pintores, intentan dibujar algo sobre una tela, un gran lienzo. Pero no lo logran. No hablan. No hay ningún sonido. Pero recuerdo o me imagino el ruido de un viejo proyector de cine. Y ahora estoy en la casa de mis abuelos. Quizás. Luego otra persona entra en escena y haciendo un solo y rápido movimiento con su pincel sobre la tela aparecen escritas las palabras “Oliver, Juncal 108.” Era magia. No recuerdo si esto fue algo que pude haber visto cuando era muy chico en casa de mis abuelos. ¿Sería eso posible? Sí me lo contaron muchas veces. Me contaron que el autor de esa breve película, que además es el pintor que hace el truco en la pantalla era Félix Oliver, mi bisabuelo. Y que el truco se lo habría enseñado Georges Méliès. Esas imágenes tendrían más de cien años. Ahora son solo un recuerdo. Y son otras las películas de Félix Oliver que conserva Cinemateca Uruguaya. Félix fue una de las primeras personas que utilizaron el cinematógrafo de los hermanos Lumiere para filmar en Montevideo.

Un día, hace un tiempo, con mis hijas Manuela y Juana vimos las viejas películas de Félix en una computadora. Tenía una copia en DVD que me había entregado, hace unos años, Eduardo del archivo de Cinemateca. Años en los que investigué un poco más sobre Félix Oliver, y conversé bastante con Manuel
Martínez Carril. A mis hijas les conté un poco quien era Félix. Me preguntaron si iba a subir a YouTube sus películas y les dije, ¿Y si hacemos un documental?… ¿Qué es eso? me preguntaron. Hacer una película, contar una historia en imágenes, que podría comenzar así:

Una pantalla se ilumina… escuchamos el ruido de un viejo proyector de cine… leemos en la pantalla blanca: “Apuntes relativos a Félix Oliver”… “Basada en hechos reales” “Montevideo 1900”. Comienzan a aparecer algunas imágenes, sombras en la pantalla, pero nos alejamos… estamos en una sala de cine y Félix se encuentra manejando el proyector. En la pequeña sala, las sillas están todas ocupadas. La gente conversa y hay niños corriendo alrededor. La pantalla se llena de luz y una mano la señala. La sorpresa en el rostro de un niño. Por detrás de Félix, se acerca Juana, su esposa, y lentamente pasa su mano sobre su hombro. Los dos sonríen y miran las imágenes de la pantalla. Los ojos de Juana miran la felicidad en su rostro, maravillado como la primera vez en París.

Las manos de Félix tocan el proyector y él se inclina para ver por dónde salen las imágenes. Sus ojos miran la pantalla pegados al haz de luz, como para ver a través, como si fuera un catalejo. Está viendo nuevamente el barco a punto de naufragar, él a salvo en un bote dirigiéndose a la costa. También ve a sus nietos jugar en la playa y sentado en su sillón siente como Juana a su lado lo abraza y le acomoda la bufanda.

Dentro del círculo luminoso del catalejo, las imágenes van cambiando… sus nietos, la calle 18 de Julio llena de biógrafos, una esquina, una carrera de bicicletas, el mar… ir y volver, navegar…

Ahora el sol comenzaba a irse por lo alto de la calle José Benito Lamas. Una mano toca el timbre de la puerta de una casa. Mi tío Pilo le abre la puerta a Manolo.

Manolo – Teneme la lata. Voy al auto a buscar el proyector.

Y suben hasta la habitación de mi abuelo, que los espera en la cama.

Algún tiempo antes, mi abuelo, ya muy enfermo, y mi tío, consideraron que lo mejor era entregarle a Manuel Martínez Carril las películas de Félix para que la Cinemateca las conservara. Mi tío, Roberto Oliver, conocía a Manuel de la época universitaria. Le entregan unas viejas latas, que no abren en ese momento por temor a que se deteriore aún más su contenido. La última vez que habían sido exhibidas fue en un homenaje a Bernardo Glucksman en el cine Trocadero en 1946. Y lo que pasó en Cinemateca, es para celebrar y agradecer. Logran restaurar y copiar las películas que serán exhibidas a lo largo de los años en varias oportunidades. En una ocasión más reciente las vimos con mi familia, junto a cientos de personas, al aire libre, en el Parque Rodó, proyectadas en una pantalla gracias a la energía de varias
personas que pedaleaban bicicletas. Entre ellas estaba “Una carrera de bicicletas en el velódromo de Arroyo Seco”, considerada para primera película uruguaya.

Al lado de la cama de mi abuelo, Manolo monta un proyector de cine sobre una pequeña mesa. Mi abuela corre la cortina de la ventana para tapar los últimos rayos de sol. Manuel termina de colocar en el proyector un rollo de película, y lo prende. La pared se ilumina. Entre las sonrisas de los pocos espectadores, ahí estaba la felicidad en la cara de mi abuelo viendo otra vez las películas de su padre como nuevas. Era el año 1974. Cien años antes Félix había llegado al puerto de Montevideo desde el Masnou en Cataluña.

Esta historia podría ser un documental. Pero solo un comienzo. Un puerto para abastecernos, compartir recuerdos del camino y continuar el viaje. Para encontrar nuevas miradas, otras historias que continuarán la nuestra. Una película que no terminará nunca.

De la pared de la habitación de mi abuelo pasamos a la pantalla de una sala de cine. La cámara va retrocediendo y vamos teniendo como referencia a los espectadores en las butacas. La cámara se va a ubicar en una butaca en el centro de la sala, y vemos en la pantalla una secuencia de imágenes de varias películas uruguayas. Vemos primeros planos de las caras de algunos espectadores. Vamos saliendo de la sala. Estamos en la nueva Cinemateca detrás del Teatro Solís. Salimos y a vuelo de pájaro recorremos la Ciudad Vieja hasta el puerto de Montevideo. ¿O es el puerto de Masnou en Cataluña? En el atardecer, un barco entra en el puerto.

Hoy podemos ver películas que tienen más de 120 años, realizadas por un inmigrante, navegante, catalán, en Montevideo, gracias a Cinemateca y muchas personas que lo hicieron posible.

Mi homenaje y agradecimiento a Manuel “Manolo” Martínez Carril, a las personas que lo acompañaron en Cinemateca, a mi tío Roberto “Pilo” Oliver y a mi abuelo Juan Carlos Oliver. Entre ellos trajeron hasta nuestros días el origen del cine en nuestro país. Para volver a esas pantallas, a esas imágenes, para ir y volver al cine a través de varias vidas.

Continuará.