Selección

Las bodas

Luis López

“La guerra la pasé en un campo de concentración,

no pude participar en el levantamiento del gueto de Varsovia, así que para mí era algo natural

querer verlo en la pantalla”.

Andrzej Wajda, cineasta polaco.

El invierno del ochenta y uno se había afirmado y una balbuceante llovizna con viento, complicó un poco más mi desplazamiento por 18 de Julio. La Plaza Cagancha agregaba algunas dificultades adicionales: caminar encima de sus mojadas piedras de mármol sobre botitas de gamuza con suela de caucho natural era algo parecido a esquiar. Estuve por caerme varias veces si no hubiera bajado el ritmo y acortado mis pasos. La vida se presentaba ante mí, lista para ser disfrutada. Yo era tan rico que solo me faltaba dinero. Por eso mismo debía caminar para llegar a todos los lugares.

El viernes 3 de julio, grupos asiáticos y skinheads se enfrentaron en forma violenta en Londres en lo que marcó el comienzo de una ola irrefrenable de violencia callejera. El gobierno de Margaret Thatcher, aprueba por primera vez el uso de granadas de gas lacrimógeno para el control de los desbordes. La Policía Británica nunca portó armas de fuego desde que se fundó hace ciento cuarenta y tres años, pero esta boda también es única y tendrá el alegre marco merecido.

Luego de pasar entre un estrecho corredor de manos tendidas pidiendo ayuda fui dejando una y otra moneda hasta cruzarme con la mano extendida de Mateo que me dijo: “una monedita para sacar mi próximo disco”. Además de la situación insólita e inesperada había otro elemento singular: la cara pícara de Mateo que -al final – lo delataba como “distinto” entre los minusválidos, permeados por una tristeza abrumadora. Me fui cabeceando hacia los lados sin poder creer lo que había dejado atrás y siempre cuidando mis pasos de la fatal patinada.

La catedral de San Pablo -perteneciente a la Iglesia Anglicana- está situada en una zona alta de Londres desde fines del siglo XVII. Erigida en estricto estilo barroco inglés por el arquitecto Sir Christopher Wren, dará marco ideal al casamiento real. Setecientos cincuenta millones de personas están siguiendo paso a paso las alternativas previas a la boda del siglo.

Si hubiese caminado con los ojos vendados también sabría que me desplazaba por la principal avenida: el inconfundible aroma a garrapiñada, que se intensifica en 18 y Ejido (apenas enturbiado por los olores de La Pasiva), lo delataría. El cruce de la explanada municipal se hizo más difícil por la lluvia inclinada y el viento. Tenía que llegar al Bar Capitol a la hora acordada. Al fin me senté en una mesa y pedí un café, un necesario café bien caliente.

Miles de personas acampan a lo largo de los tres kilómetros que separan el Palacio de Buckingham de la Catedral de San Pablo atraídos por ver el cortejo nupcial. Se ha filtrado que el vestido de Lady Di tendrá una cola de más de siete metros de largo e insumirá más de un centenar de metros de tul.

Mientras esperé la llegada de la Flaca miré las noticias en los diarios que dispuso el bar. Yo tenía Opinar bajo el brazo, pero aproveché para leer algo distinto. Encontré las noticias de siempre: las vueltas del príncipe Carlos y Lady Di y muy poco sobre las conversaciones que llevaban adelante la ComaspoIcon los blancos y colorados. Llegó la Flaca.

– Como andás, ¿no es tarde, Flaca? – dije

– Para nada si cambiamos de película. Dejamos Woyzeck para otro día – dijo muy decidida.

– Uy… yo quería ver a Klaus Kinski en ese papel, pero si no llegamos… – aporté. – Eso mismo. No llegamos. Te propongo ver La boda – dijo entusiasmada.

– ¿La boda? Creo que no quiero saber nada de ninguna boda. Luego de escuchar todo el día hablar sobre el príncipe de Gales y Diana tengo saturada mi capacidad de “bodas”.

– ¡Pará, loquito! Esto es distinto. No es la fiesta del olvido de los problemas. Quizás sea justamente al revés. Es una película de Andrzej Wajda, un interesante cineasta polaco. Créeme – me convenció la Flaca.

A medida que caminábamos hacia el sur el frío recrudecía e imaginaba que lo haría más aún, más tarde, a la salida de la Cinemateca. Sobre Lorenzo Carnelli, hicimos cola a la intemperie; cuando llegamos a la entrada de la sala, un señor de frente muy amplia, pesados y cuadrados lentes de carey alternaba entre la portería de la sala y la boletería. El mismo hombre nos marcó la cuponera. A nuestro lado comentaban: “Es Martínez Carril”. Entramos a la sala, llevando en la mano una hoja mimeografiadaII con el comentario de la película. Aun con las luces del cine encendidas, leímos la hoja: La boda (Wesele) Polonia, 1973. Dirección: Andrzej Wajda. Intérpretes: Marek Walczewski, Izabella Olszewska, Daniel Olbrychski, Ewa Zietek, Emilia Krakowska, Mieczyslaw Stoor… y luego de un largo comentario, finalizaba con la firma de Manuel Martínez Carril.

La industria de los recuerdos nupciales está ofreciendo una variada gama de elementos, que van desde la carraca real (especie de matraca que se accionaría acompañando alegre y ruidosa el paso de la carroza nupcial) hasta un medallón de oro con grabados alusivos al suceso. Se esperan entre 600.000 y un millón de turistas.

La película narra la boda de un poeta polaco de Cracovia con una chica campesina. El ritmo del relato es lento con pasiones que se van acelerando. Los invitados son un grupo diverso de personas que de alguna manera representan a la sociedad polaca. A medida que transcurre el tiempo, bailan, se emborrachan y se lamentan de tantos años de sufrimiento polaco. Se alternan personajes reales, ficticios y hasta mitológicos en desordenadas secuencias. Mirábamos hacia la pantalla y cruzamos miradas entre nosotros sin entender algunos anacronismos.

Finalizó la película y nos quedamos sentados, petrificados, leyendo las letras del final que citaban a una variedad de personas e instituciones todas desconocidas para nuestro mundo occidental. Pero aún estábamos aturdidos por una producción sencilla pero emocionalmente contundente. Vimos -ayudados por las luces de sala recién encendidas- a Marcelo y Mónica en la fila de atrás y luego del saludo fue inevitable comentar lo visto. Los cuatro hablábamos a la vez con entusiasmo creciente cuando advertimos que la sala se había vaciado y el señor, de gruesos lentes y frente muy ancha, ahora barría la sala.

El vestido victoriano de Lady Di fue diseñado por dos desconocidos creadores, llamados David y Elizabeth Emanuel. Diana eligió a estos modistos luego de los elogios recibidos por una blusa -que exhibió en su visita al Palacio de Kensington- de estos mismos creadores. Divulgados estos detalles, un explosivo incremento de su popularidad llenó de pedidos su taller.

En el Capitol, de nuevo, seguimos la charla entre cafés y torres de pancitos de azúcar.

– La boda había sido el disparador de tanto sentimiento adormecido y por unos momentos surge entre los invitados la convicción de que se puede aspirar a un futuro distinto – dice Marcelo.

– De alguna manera queda el sentimiento de que puede olvidarse la sensación de derrota y ahuyentar el miedo de años, aunque al final de nuevo se desactive el entusiasmo – completa la Flaca.

– No sé -dije- a mi me dan ganas de tomar la guitarra y hacer una canción. No sé intelectualizarlo mucho. Me deja algo a nivel sentimental.

– Yo pienso en nosotros, en estos años de hablar poco. En las charlas de estos días entre políticos y militares y pienso si ¿no estaremos despertando de un sueño como el de La Boda de Wajda? – agrega Mónica.

– ¡Eso! ¡Despertar! Así le voy a llamar a la canción – insistí con la idea de tomar la guitarra.

– Vos siempre la sacás para el mismo lado. ¿Vieron que el que barría la sala cuando nos fuimos era Martínez Carril? – dijo Marcelo.

– ¿Quién es Martínez Carril? – preguntó la Flaca y yo hubiese preguntado lo mismo.

– Es el director de la Cinemateca Uruguaya. Y no le pesa ninguna tarea para sacar la cosa adelante. Es un fenómeno. Después de limpiar la sala lo ves ponerse un saco e integrar una mesa de renombrados intelectuales opinando con exquisita sabiduría – decía Mónica con entusiasmo y admiración.

Mientras, en el mismo bar Capitol, una televisión en blanco y negro mostraba, con obsesiva insistencia, imágenes de los preparativos de la otra boda: la boda del siglo. Para nosotros era un aburrido ruido de fondo que no atrajo nuestra atención. Soñábamos con cambios y ese exhibicionismo monárquico simbolizaba todo aquello que pretendía eternizarse.

I Comaspo: Comisión de Asuntos Políticos creada por el Gobierno Militar uruguayo para negociar con los Partidos Políticos las condiciones de la apertura democrática.

II Mimeografiada: impreso, muy económico, con resolución turbia muy usada en el siglo pasado para la difusión alternativa.