¿Y para qué?
Sabemos que es, pero no para qué. Me pregunto mientras las luces verdes de In the mood for love salpican la pantalla.
Caminamos de regreso por la cuadra del bar donde nos miramos por primera vez y charlamos sobre un poeta suicida que adorábamos.
Reparo que ya no están los viejos borrachos y dadaístas de aquella esquinita, ni nuestras risas y vasos de whisky que ayuden a mantener el magnetismo del amor. Tampoco está la sorpresa del paralelismo psicocósmico que me explotó la cabeza cuando enamore, y no se compara con el mismo que acabó de suceder mientras lloro y la lluvia de verano nos atrapa corriendo hasta la puerta de mi casa.
Quisiera volver a aquella rambla del caribe, con imágenes de la revolución y caderas frondosas que bailan en cada esquina y por sobre todas las cosas, sentir el olor de nuestra piel seca por la la brisa caliente casi furiosa. Y tus ojos,tus ojos, linaje directo del mediterráneo, mirándome de esa forma.
Alguien dijo que una siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida, pero una persona con menor talento, sospecho, me canta, que al lugar donde una fue feliz no debería volver.
¿Y para qué?
Quizás para volver a despedirse dignamente, y no como aquel final lleno de muebles nómades, de paredes rayadas, de mil y un poemas de Sbarra por las madrugadas, de mails y de sus intermediarios fugaces.
Te juro que me había enamorado de la forma de cómo colgabas la camisa, y ahí por fin entiendo que ya no son tus ojos, si no la forma en que nos dejamos de mirar.