Noveles

Andrés Angelero Ferronato

(Basado en hechos reales)

-¿A Cinemateca? ¿Sigue Operativo?

Pregunta un incrédulo Oscar, mientras Beatriz aprueba la duda con tímida gestualidad.

-Si papá, Cinemateca. Vos má, ¿qué decís?

-Pa, la verdad jamás fui a Cinemateca.

-Entonces tenemos que ir. Papá tampoco, nunca fue. Es una vergüenza ser uruguayo y con su edad, no haber pisado jamás una sala de Cinemateca.

-¿Pero las salas? ¿Son frías? ¿Las butacas? ¿Se escucha bien, no? ¿Vamos a la de 18? En esa tocó el mago por última vez!

-Las salas son antiguas sí, pero se ve y oye muy bien. No vamos a tener ningún problema. Vamos a la de Lorenzo Carnelli, la más linda. Además ¿cuándo van a poder ver a Marlon Brando en cine sin ser una edición especial de El Padrino?

-Bien. Cuando saques las entradas en internet, no elijas muy atrás los asientos.

-Sacamos en boletería.

No recuerdo exactamente el año, ni el mes. Mucho menos el día. Lo que si recuerdo es que fue en la tarde, antes que el sol toque retirada. Un horario poco habitual para cine, un horario muy habitual para Cinemateca. Para ese ser peculiar, para ese bicho del cine que no le importa si afuera hay 30 grados, lluvia ácida, si juega Uruguay, llega tarde a un cumpleaños o si hay una pandemia mundial. Luego de palpar nuestros bolsillos y de apagar la luz (porque la eficiencia esta en los detalles), allá marchamos en el 116 rumbo al centro.

-Disculpen la molestia, con el permiso del señor guarda y del señor conductor…

Llegamos con tiempo y el clima nos permitió caminar por Carnelli y desde Canelones cuesta arriba con cadencia familiar. Dejando atrás el 1234 y al llegar a la esquina de Soriano, los viejos se pusieron a mirar, o mejor dicho, a apreciar la maravillosa fachada de la Cinemateca. Es que OSE en la vereda de enfrente y en contraste, tiene poco y nada para ofrecer desde el punto de vista urbano/arquitectónico.

-Buenas tardes.

-Buenas.

-Tres para ‘Reflejos en un ojo Dorado’ porfavor

Ya dentro del hall y a unos metros, mi madre con voz fuerte aunque tímida:

-No saques muy adelante que después nos duele el cuello.

-No má, no son numeradas, es por orden de llegada.

-¿Por orden de llegada? Pregunta perpleja.

En ventanilla:

-Acá están las tres, se las muestran a mi compañero en puerta nomás.

-Gracias.

Me di vuelta y vi a mis padres, que cual turista curioso, inspeccionaban cada rincón del hall con gran meticulosidad, sólo les faltaba la lupa. Admiraban y apreciaban cada afiche histórico que los remontaba a la época.

-Terminator, que filme! Ésta la fuimos a ver en Buenos Aires al cine, con tu madre embarazada de tu hermano. Salió enojada. ¿Cómo podía llevarla a ver una película así estando embarazada? ¿Te acordas?

-Si, era un cine viejo, así como éste. Aunque no tan viejo creo. Cinemateca está como detenido en el tiempo, como si los años no hubiesen pasado. Es romántico.
-¿Quién banca a Cinemateca?

-Y…, debería ser responsabilidad del Estado, de todos en realidad. Un acervo fílmico de estas características es como una obra de museo, una reliquia. Debería tener hasta curaduría acorde. Es algo de lo que sentirse realmente orgulloso.

A unos pasos de distancia y sujetando las entradas con la mano, moviendo la cabeza les hice una seña a mis padres de: “dale, vamos”. No me escucharon ni me vieron. Seguían mirando todo con fascinación, absorbiendo cada detalle de ese maravilloso hall de entrada al cine, al Cinemateca. El diseño del piso, las puertas acústicas de época, el techo, la escalera con su baranda de hierro, y otros detalles eran víctimas de sus incisivas miradas.

Es un sentimiento común entre socios y/o asiduos asistentes al Cinemateca. Esa mezcla de placer y sensación de hallazgo cuando apadrinas, cuando llevas a alguien por primera vez a la Cinemateca. Brotan expresiones de descubrimiento, fascinación y pseudo vergüenza de no haber pisado jamás esos recintos históricos de la cultura uruguaya. El nuevo espectador, de alguna u otra forma, siempre agradece a la salida.

-¿Entramos? Dale

-Para un poco que hay tiempo, ¿a qué hora empiezan los cortos? ¿el baño? ¿abajo?

-No hay cortos así que metanle. Si, abajo. Vayan que los espero acá.

La muchacha de la ventanilla me hace señas de “veni, veni”. Voy hasta la boletería:

-Si.

-¿Esos señores que bajaron al baño, vienen contigo?

-Si, son mis padres. Es la primera vez que vienen.

-La primera vez, bien! Te quería decir que los vi algo desabrigados. Actualmente la sala
no tiene calefacción, te digo por las dudas.

-Ok, gracias!

Mientras espero que mis padres vuelvan del baño, reviso el celular en piloto automático, contesto algunos mensajes y me quedo mirando a las personas que ingresan. No hay cosa más sin apuro que viejo llegando al cinemateca. Suben los escalones, abren la puerta, entran, se dirigen a boletería, saludan con la confianza de un locatario, piden la entrada parafraseando un título similar pero inexistente, sacan su cuponera, se la marcan y se meten en la sala. Casi todos deambulan entre los 70 años, marchan con paso seguro calculando cada paso, y presentan características similares: muchas canas (o calvas), algunos con lentes, mucho abrigo, boina o gorro de lana y alguna bolsa de nylon con productos dentro que no logro identificar qué son. Pero sin dudas, la característica más representativa y común entre todos ellos es la soledad, pero la soledad bien entendida, la soledad en el cine, la mejor.

-Que lo parió esos baños!, pensé que estaba en una de Kubrick.

-Hermosos! Muy de época. Con el mantenimiento justo.

Sin mucha más vuelta, mostramos las entradas e ingresamos a la sala. Enseguida nos abrazó un descenso de temperatura y un aumento de la humedad. Fuimos también recibidos por la necesaria y leve penumbra de la sala, aquella que mantiene el anonimato de los presentes pero deja elegir los asientos sin inconveniente y permite entrever las hueveras en las paredes. Finalmente nos sentamos lo más al centro posible. Tampoco es que pasaban Un Perro Andaluz a sala llena, la sala estaba prácticamente vacía.

Marlon Brando. Elizabeth Taylor. Brian Keith. Robert Foster. Los créditos largaban uno a uno a los protagonistas con música de Toshiro Mayuzumi de fondo, mientras nosotros nos terminábamos de acomodar y algún espectador seguía llegando y sentándose en su butaca. Aparece en pantalla “Directed by John Huston” y mi padre no puede evitar acercarse a mi oído y susurrarme con esperanza:

-No sabía que la dirige John Huston!

-Ni idea tenía. Le respondo

-Bueno, si es la mitad de buena que El Hombre que sería Rey, estamos prontos.

Creo que iban apenas unos cinco minutos de película cuando comenzamos a oír en forma intermitente una bolsa de nylon abriéndose como con pocas ganas de ser escuchada. El sonido se detuvo, acto seguido un olor intenso comenzó a expandirse por la sala. Ahora, la que se inclinó hacia mi oreja, para susurrarme completamente estupefacta, fue mi madre:

-Che, ese señor de ahí está comiendo de un tupper! ¿Está permitido eso?

-La verdad no tengo idea, pero ¿qué le vas a hacer? Le contesté

-Pescado… Atún, es atún! Está comiendo torta de atún!

Con un tono de voz más firme y el asombro in crescendo.

-Oscar, Oscar! Ese señor de ahí está comiendo torta de atún de un tupper, en el cine! Jamás me había pasado algo así en un cine. Solo en Cinemateca.

Mi padre, giró apenas la cabeza y únicamente sonrió. Un poco por compromiso y un poco por no querer dejar de prestar atención. La función transcurría con normalidad, algún espectador se paraba para ir al baño y volvía interrumpiendo la visión de algunos pocos. De golpe, y en medio de una escena, la pantalla queda completamente en negro aunque con el sonido de la película todavía andando. Luego se cortó también el audio y todo el cine quedó mudo, el olor a atún desapareció y creo que la temperatura descendió aún más. Al negro de la pantalla, le siguió el azul, y con el azul se proyectó en la pantalla el fondo de escritorio de una computadora con Windows XP y un reproductor de video abierto. VLC si mal no recuerdo. El ícono del mouse se movió hasta inicio y dio click en “Reiniciar su equipo”.

En un clásico fondo celeste de Windows y letras blancas se lee:
“ESPERE MIENTRAS SU EQUIPO SE REINICIA…”

Nadie en la sala se inmutó, como si fuese algo recurrente, salvo mi padre. Sentí sin verlo que no hacía más que mirarme. Me giré hacia él y con los ojos bien abiertos sostenía su mirada, esperando mi respuesta como si yo fuera del staff.

-¿Y?

-No sé, ya lo arreglarán. Le respondí con algo de vergüenza, como si Cinemateca fuese algo propio. Algo mío.

-¿Están reiniciando una computadora?

-Y sí, eso dice. Cuando termine le volverán a dar play.

-Jamás me había pasado algo así en un cine. Solo en Cinemateca.

Finalmente, la computadora se reinició y la película se proyectó hasta su final sin ningún otro inconveniente.

Al salir de la sala, y ver que había un par de veteranos comentando la película, mi viejo les hizo un comentario y se sumó a la tertulia. Al cabo de unos minutos era como un club de cine, una ronda de aproximadamente 10 personas dialogando sobre la función e intercambiando conceptos de cine. Nombraban a Kurosawa, a Pasolini y a De sica, repasaban a Hithchock, Lang y a Godard, entre tantos otros. Resaltaban con entusiasmo grandes actuaciones de Dietrich, Gassman y Marlon Brando, obviamente. Luego de varios minutos habían barrido con el neorrealismo italiano, el film noir, La Nouvelle Vague y hasta creo que llegaron a nombrar a Wes Anderson y a Larraín. Yo de oyente, disfruté con su disfrute.

-Respetables damas y caballeros que hace uso de este medio de transporte, tengan ustedes muy buenas tardes…

Ya a la vuelta a bordo del 116, mis padres parecían dos niños luego de ir al cine 3d con pop y refresco. Iban en silencio con sonrisa de oreja a oreja. Ambos ojeando su clásico librillo de Cinemateca. Cada tanto intercambiaban ideas para futuras funciones.

-Papá ¿Te había pasado algo así en un cine? Le pregunto a mi padre mirándolo con mirada cómplice.

Mi padre cierra el librillo, levanta su mirada hacia mí y me dice:

-Solo en Cinemateca.