Tarde de Cine

María Margarita González Vicente

  El verano se hacía sentir con todo. Pesadez, sensaciones térmicas próximas al infierno, más  bien al de antes porque,  según dicen, desde que supo que contaminaba el medio ambiente Satanás cuenta  con aire acondicionado.

   El hecho es que nuestro amigo el lector decidió hacer un alto en su periódico y tomarse los vientos, metafóricamente hablando,  hacia una sala de cine. Sufriría sí el trayecto desde su casa a la sala pero eligiendo las calles bajo el frondoso palio de los plátanos, aunque caminase más, se haría tolerable.

  Ya al entrar a la sala “Carnelli”  siente una sensación de alivio indescriptible.-  ¡Qué bien se está aquí! – dice. Elije una butaca adecuada a su estatura, ni muy alta que le queden los pies colgando, ni hundida, para no dañar su columna y sanseacabó. Ahora a esperar a que se apaguen las luces, a que el inconfundible chirrido del telón que protege la pantalla se haga escuchar y ya está. Dos horas de fuga física y espiritual de la sofocante realidad estival. Es de esperar que, a la salida, Tata Dios se apiade de nosotros – dice – y nos mande la virazón con un benefactor vientito del Sur.

  En ese momento entra una señora mayor, un poco apurada, de buen aspecto y vestir, que se instala en su fila, asiento por medio. Ve que a cada rato se levanta y mira hacia la entrada. Está muy nerviosa y para disculpar su inquietud se dirige al lector haciéndole saber el motivo de su angustia. – Mi marido, que no llega, y eso que le dije: allí, donde está el globito. Y señalando un artefacto lumínico se vuelve a sentar. Por suerte, casi enseguida,  aparece un señor mayor, de lentes, canoso, con un andar cansino propio de la temperatura reinante. Muy correctamente le pide permiso al lector para instalarse en el asiento reservado por su esposa. Y allí empezó la función. Bueno, la fuera de programa.

-Que yo te expliqué lo del globito.

-¿Qué globito?

-Ese, ¿no lo ves en la pared? Justo ésta es la fila de las butacas sanas. ¿Por qué tardaste tanto?…. y así sucesivamente. El pobre señor no acababa de responder, lacónicamente, una pregunta cuando lo acribillaban con otra.

-Y hoy no leíste el diario. Ni siquiera los títulos. No sé para qué lo comprás si no lo leés, etc. etc.

-Cuando llegue a casa….

-Por suerte aquí no venden pororó, porque no hay nada que me moleste más que el ruido que hace la gente al comerlo.

-En casa hay maíz….

-Otro día vamos al cine del barrio y lo compramos a la salida, pero lo comemos en casa, como Dios manda, así no se desperdicia.

  Un inconveniente de último momento había aplazado el inicio de la película, uno o dos minutos. Aunque para el lector fue una eternidad, llegó el momento de apagarse las luces. Y sí, también de lo inesperado: la pareja del globito decide cambiar de asiento, tres filas más adelante.

-Permiso… gracias.

– A Dios gracias, dice el lector para sí, sumergiéndose de lleno en la ficción que acaba de comenzar.