Selección

Un cuento hueco

Yael Szajnholc

Un setiembre deshilachado, caminaba hacia el cine a ver un ciclo de películas de Woody Allen, y me encontré con un pozo frente a Cinemateca. Dentro habían colocado un poste que titilaba como faro enfermo. Estaba custodiado por un auto de policía. En él, dos agentes, uno tenía el mate, el otro el termo.

Esquivé el pozo, entré al cine y me sumergí en el mundo de imágenes sonoras. Cuando salí, los policías y el auto seguían ahí.

Al día siguiente el hueco, la baliza y el auto parecían estar esperándome. Los agentes eran otros, estos habían bajado del patrullero, estaban recostados sobre el capot hablando muy fuerte.

“Estos grafiteros de mierda, esta cosa (señaló la baliza) quedó sola una hora y mirá cómo la dejaron”.

En la señal de rayas blancas y amarillas se podía leer:

Ana ama el culo de Julia” abajo la palabra “pija” tachada.

Me metí en la seguridad del cine con sus butacas ruidosas acolchonadas y rebatibles. Senté todo mi cuerpo para disfrutar el olor de la penumbra que se vuelve oscuridad.

Una semana después la grieta seguía, estaba un poco más abierta, otra parte del asfalto había caído e inclinó la baliza hacia un costado, su luz ya no giraba, parecía dormir sobre un filo punzante.

Pasaron dos semanas, luego cuatro, después varios meses, hasta que el hueco cumplió su primer año. Desde allí dejé de contar y el agujero comenzó a formar parte, lo vi bello.

Los policías iban rotando, a veces eran dos otras tres, de vez en cuando cuidaban el pozo dos mujeres con pelo engominado tirado hacia atrás que culminaba en un moño. Sus ojos rígidos miraban para algún lugar incierto. Aunque no era lo habitual, por lo general eran o dos hombres o una mujer y un hombre. Recuerdo que en una ocasión vinieron unos armados con una especie de escopeta chata y chaleco antibalas. Quizás había caído algo muy valioso, pensé.

Cuando llovía se llenaba de agua y oficiaba de fuente para las aves. Los niños de la cuadra comenzaron a hacer competencias de barcos de papel.

Cierta vez la baliza torcida amaneció con una rama gorda encima parecía un espantapájaros rendido.

El tema fue cuando los vecinos comenzaron a tirar desechos dentro, toda la cuadra comenzó a apestar. La alcaldía protestó a la intendencia, luego de algunos días vino un camión de basura, desagotaron el pozo y colocaron una rejilla negra alrededor de la señal ladeada.

Una tarde de verano un grupo de personas rodearon el orificio tomadas de la mano y comenzaron a realizar una especie de rezo invocando a la fuerza madre. Quedé observándolos por algunos minutos, sentí miedo y me interné en la filmoteca donde el pasado habilita al futuro.

La gente comenzó a tomar como referencia al hueco para indicar coordenadas,

“El auto lo deje al lado del pozo de Cinemateca”, o “el basurero está frente al hueco”, o “esta casa está a la izquierda del pozo”.

Cuando salía de las funciones me quedaba largo rato observando el agujero, sentía que me llamaba cual trampa de langosta.

Comencé a convocar pensamientos oscuros, me preguntaba qué pasaría si algo o alguien cayera dentro, fantaseaba con tirarme o tirar.

De pronto irrumpió una inquietud ¿y si un día de estos lo tapan? Luego reflexioné que no podía ser, pues mi hueco estaba tan profundo, que alcanzaba a tocar el espíritu candente de la tierra.